El rey y jefe de Estado de la nación española Felipe VI.

Muy Señor mío:

 Tiene que ser muy frustrante ser el Jefe de este Estado. Con todo el respeto se lo escribo, créame. Y también con toda desazón respecto a usted.

 A su función le dedica la Constitución de 1978 el segundo título de la misma. Concretamente 10 artículos, del 56 al 65.

 Es sin duda un honor ser el símbolo de la unidad la permanencia, del Estado o de la nación, o de ambos, así como asumir la más alta representación del Estado en las relaciones internacionales.

 Es sin duda una tranquilidad manifiesta ser inviolable y no estar sujeto a responsabilidad, aunque esa expresión sea herencia del franquismo; aunque visto el amplio régimen de aforamientos de cargos públicos, qué menos se le puede pedir… Y el refrendo de sus actos le puede dejar dormir tranquilo, desde el punto de vista al menos institucional.

 El mando supremo de unas Fuerzas Armadas como las actuales, que se están comportando de manera ejemplar en estos aciagos momentos y que debieran empezar a ser un referente y un motivo de orgullo general, han de colmar la íntima satisfacción de saber que forma parte de esa institución, tan vapuleada como acreedora del honor que hoy se merecen y han recuperado.

Y, sin embargo, sin conocerle de nada personalmente, sólo analizando la realidad que le (nos) ha tocado soportar, quiero pensar que ha de sentirse frustrado en su día a día. Ya le adelanto que, desde el punto de vista de la política, yo no lo estoy en modo alguno.

 Quisiera tener la certeza que usted y yo nos parecemos en algo, como es la búsqueda de lo mejor para nuestro país, para nuestros compatriotas. Y aparentemente, cada uno de nosotros, en la posición que la herencia de la sangre y la de la historia nos ha colocado, podríamos actuar. No en vano, dicen que España es una democracia, porque votamos cada cuatro años; dicen que el poder lo ostentamos los ciudadanos, pues elegimos a nuestros representantes; incluso dice la Constitución que la soberanía reside en el pueblo español (del que usted y yo formamos parte) y que de nosotros emanan todos los poderes del Estado. Fíjese que incluso la justicia emana del pueblo y se administra en su nombre.

 Y, sin embargo, ambos sabemos que todo eso es mentira. Como también lo es que con el actual régimen de partidos, usted pueda realmente hacer efectiva la función de arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones.

 A mí no me frustra saber que todo lo anterior es mentira, porque parto de la base de que España no es una democracia, que el papel lo soporta todo y que nada de esa Constitución se cumple. Ni siquiera el artículo 1.1, que «constituye» a España como un Estado democrático y de derecho, cuando sabemos que realmente es un Estado de Partidos; ¿por qué se habría de cumplir el artículo 56?

 Si el artículo 6, que exige una estructura interna y funcionamiento democráticos a los partidos políticos es una quimera[1], ¿por qué no lo habrá de ser el resto del articulado?

 Podría seguir enumerando artículos de la Constitución y, simplemente analizando formalmente su redacción, ir mostrando en el espejo de la verdad, lo falaz de esa Carta otorgada: mandato imperativo, independencia del poder judicial, decretos-leyes limitados, independencia del Tribunal Constitucional…

 Y luego está su función de árbitro y moderador. ¿Realiza usted esa función? O, permítame reformular la pregunta: ¿Le dejan a usted los partidos o sus correas de transmisión, en las distintas instituciones, realizar esas funciones? O, cuando aparenta ejercitarlas, por ejemplo en los despachos semanales con el Presidente del Gobierno, ¿se siente útil?

  Usted puede que crea que sí lo hace, que es su deber estar en su papel actual, pues es el tiempo que le ha tocado vivir, pero yo me planteo si usted quiere formar parte de esa pantomima de régimen, de este Estado partitocrático que la llamada Transición configuró, a sabiendas de que no sería una democracia.

 Aunque tarde, usted salió (o le permitieron salir) a hablarle a todos los españoles en las funestas jornadas del proceso independentista de los secesionistas en Cataluña el tres de octubre de 2017. Pero eso no es arbitrar ni moderar ningún funcionamiento regular de las instituciones. Más que un último y legítimo cartucho del que harían uso los partidos políticos llamados estatales (como si no lo fueran ERC, Bildu, etc., todos cobrando pingües subvenciones del Estado), la Corona fue utilizada por esos mismos partidos para intentar lavarse la cara ante todas las cesiones, las cobardías, las mentiras y las tácticas electoralistas. Hicieron uso de la Corona con total deslealtad hacia la jefatura del Estado. Usted dio un balón de oxígeno a los que no dudarían en hundirlo.

 Claro, por supuesto no pretendo que me haga caso; está usted rodeado seguramente de excelentes catedráticos de Derecho Constitucional, que le adularán en su impotencia, y le dirán que es un excelente servicio a España. Seguro. Pero yo aprendí también de algunos de ellos, y sobre todo de un egoísta pensador que sólo quería la libertad política colectiva y que, posiblemente, le diría que lo que usted hizo esos días no fue servir a la nación española, sino a los partidos políticos que tienen lobotomizada a la sociedad y secuestrada la representación política, la separación de poderes y la Corona misma.

  Sin otro particular, le saludo atentamente.

(Fuente: Confilegal.com)

(Fuente: Diario El País)

(Fuente: elperiodico.com)

(Fuente: cadenaser.com)


[1] Como magistralmente demostró Robert Michels en su obra sobre los partidos políticos.

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