Europa no ha sido la patria del humanismo ni suelo propicio para su arraigo. El humanismo europeo ha sido asunto de eruditos y filólogos.  Grecia no tuvo conciencia de su humanismo, a no ser que confundamos cultura y civilización. En todo caso, lo agotaron los sofistas. En Roma, una familia aristocrática lo importó de Grecia para escándalo de la cultura republicana tradicional. El cristianismo, como las demás religiones reveladas, no puede  ser humanista sin contradecirse. El espíritu europeo, con su dualismo cartesiano, dejó cojos los andares humanos. La pierna derecha, con botas de siete leguas, avanza  sobre las cosas extensas de la  técnica. La izquierda, de zocos en colodros, se arrastra, adelante y atrás, cargada con las cosas intensas del alma, sin moverlas una pulgada.

El humanismo nació en China como “armonía del ritmo de la hora física con el ritmo de la hora moral”. La  conciencia del tiempo se crea en Asia con simultaneidad o duración. Por eso el brahamanismo, no siendo humanista, puede explicar el humanismo budista, donde la ternura de Buda, equivalente a la caridad de Cristo, permitió prescindir del sacerdocio. La diferencia del humanismo hindú con el chino consiste en que aquél es una religión y una moral sin historia,  mientras que éste es una política, una historia y  una ética. Ghandi introdujo la política y la historia con un ardid humanista. No el de su resistencia pasiva y boicot a las manufacturas inglesas, eso concernía a la acción práctica, sino el de una acción espiritual acorde con la religiosidad india. Convenció a las masas de que la Independencia era cuestión de dignidad y lealtad consigo mismo, de honorabilidad con los demás, antes que un asunto político o de logro material. La no violencia hizo protagonista de la historia a masas hasta entonces despreciables. En la misma época, Europa experimentó lo peor de la humanidad, y Asia, lo mejor del humanismo.

*Publicado en el diario madrileño Ahora el 4 de mayo de 2005.

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