insalvable para concluir el trabajo: sustitución de las asignaturas por áreas, promoción automática, supresión del Cuerpo de Catedráticos de Bachillerato, creación de las llamadas competencias básicas.   Por otro lado, nada de esto habría sido posible sin la inestimable ayuda de quienes se hacen llamar “agentes sociales”. Que la Administración considere únicamente a las asociaciones sindicales de la enseñanza interlocutores válidos para cualquier negociación no sólo no es democrático sino que pretende el control y el amordazamiento de toda disidencia, y más teniendo en cuenta que éstas son subvencionadas por aquél, que su capacidad de influencia depende de unas elecciones con listas cerradas y que su máxima aspiración consiste en entrar en las diversas mesas sectoriales, agencias de clientelismo, blocaos de intoxicación política, figones de sinecuras.   Así pues, lo peor de semejante panorama no fue el escamoteo progresivo de méritos y privilegios, sino el silencio con que se acató el sacrificio. Se engañan los preceptores cuando achacan parte de los males sufridos a una autoridad mermada. El Cuerpo de Profesores de Secundaria no ha perdido preeminencia sino, precisamente, corporeidad. No resulta extraño que, entre el lamento y la aquiescencia, todavía se encomienden a la vana promesa de un “deus ex machina”.   La irrupción en las aulas del pensamiento dominante del régimen político tuvo su inicio con el nacimiento de la Constitución de 1978. Su presencia desde los más bajos niveles de la EGB, sobre todo en la asignatura de Ciencias Sociales, fue, sin duda, algo concertado y sufragado por los poderes públicos y auxiliado por las diferentes editoriales de libros de texto -recuérdese de dónde surge el difunto señor Polanco y el grupo mediático PRISA- y la complicidad de la mayoría de los profesores. En un momento tan crítico de la historia de España se hacía necesaria la proclamación del nuevo evangelio político sin que nadie -ni siquiera, insisto, la empresa privada dedicada a la edición de libros de texto- osara ponerlo en duda. El ideario, sin embargo, se centró, antes que en el articulado de la Carta Magna, en una suerte de moral buenista y políticamente correcta que abordaba, mediante hipnopedia huxleyiana, temas tan imprescindibles para la sabiduría del estudiante como la educación vial, el respeto de las zonas verdes de la ciudad o la solidaridad con los pobres de Etiopía -por aquel entonces paradigma de la miseria-. El nacimiento  de  las  asignaturas transversales en 1990 y de Educación para la Ciudadanía actualmente no ha supuesto un salto cualitativo importante. La cosa estaba ya inventada.   La piadosa enseñanza, concebida como un instrumento de cambio social, sólo se pudo materializar en la prolongación de su obligatoriedad y en la desaparición de toda autoridad, ocasionando, además, que la educación en valores, arraigado cometido de la familia, pasara a la escuela y que ésta no tuviese ningún reparo en delegar en aquélla su tradicional responsabilidad en la transmisión del saber humano. Al estar hoy vedada la promoción social a los alumnos que no poseen incentivos suficientes en el hogar, el efecto que se pretende no sólo atañe a ideologías o a programas de partido sino a la base misma del régimen de poder, revelando así los dos factores capitales que, desde el ensayo de Étienne de la Boétie, explican qué cosa sea la servidumbre voluntaria: la tutela y la ignorancia.   A estas alturas, el maestro que crea que no está preparando a sus chavales para el futuro se engaña absolutamente. Debe saber que sí los adiestra, pero ahora no para ser ciudadanos sino para ser “otra cosa”. La poca exigencia en la superación de un ciclo vital tan determinante para la forja de la personalidad de cualquier adolescente desemboca en la falta de responsabilidad, en la configuración de un universo tutelado donde la libertad se reduce a la exigua capacidad de elegir alternativas predispuestas. Varias generaciones han salido ya de los institutos trasladando ese beneplácito en la no libertad o servidumbre. A medida que la sociedad civil se llena de conciencias débiles y controladas, la civilidad ha ido quedando excluida de unas relaciones que siguen ahora pautas bien distintas. Así como una de sus bases, la libertad, ha delegado sus funciones de supervisora, de creadora de responsabilidad moral en una estructura superior, el Estado, el sistema educativo ha dejado en manos de la sociedad de la tutela, del Gran Hermano orwelliano, su coherencia fundacional. El alumno alienado y el individuo social alienado son síntomas de la misma enfermedad.   Por último, el vaivén de leyes y de planes de estudio que muchos han criticado no se debió a que la enseñanza fuese un arma arrojadiza de los sucesivos gobiernos en el poder, sino a la exigencia de crear mecanismos de justificación de lo que existía y existe, la salvaguarda del orden establecido. Con la apariencia de “sana confrontación  democrática”  en  realidad  se ha estado poniendo en práctica, desde hace más de treinta años, el gatopardiano principio de que hace falta que algo cambie para que todo siga igual. Desde otra perspectiva es imposible comprender cómo nadie ha sido capaz de ponerse manos a la obra para arreglar el desaguisado, o cómo, con el fin de enderezar el rumbo de las últimas estadísticas negativas, se sigan ofreciendo soluciones -los programas electorales de los principales partidos políticos están ahí para comprobarlo- tan pueriles, tan cobardes, tan absurdas.   En una realidad política edificada a partir de simulacros de representación ciudadana, toda confrontación orbitará en torno a cuestiones decididas o pactadas con anterioridad para que cualquier superficie obtenga la apariencia de abismo decisivo. Por una vez, nadie miente. Puesto que ninguno de los partidos con opciones de gobernar debe saltarse el guión, únicamente las polémicas de la enseñanza privada y concertada, de la Educación para la Ciudadanía y de las veleidades nacionalistas pueden estar recogidas en sus respectivos programas electorales. Si a estas alturas hay gente todavía capaz de mostrarse desengañada con unos partidos que, teniendo la oportunidad de reformar a fondo la enseñanza, incurren en imprecisiones que silencian los verdaderos remedios, es porque no ha comprendido que éstos, como representantes del Estado y no de sus votantes, sólo aspiran a perpetuar un régimen político del que se nutre. Y está demostrado que el actual sistema educativo conviene al régimen.   Con estas tres soluciones, la partidocracia española ha podido sobrevivir hasta el momento     presente.      La    consecuencia -enmudecidos los principales agentes de la enseñanza y sofronizadas las conciencias de varias generaciones de estudiantes-, que vivimos y viviremos durante muchos años, es la ignorancia, tutelada por el Estado y financiada por la oligarquía. Hasta tal punto se han armonizado régimen político y sistema educativo que es imposible que éste cambie en lo sustancial sin la sustitución de aquél.      página anterior {!jomcomment}

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