Free people swinging silhouette (Pink Sherbet Photography) El asceta de la libertad No era el “necesito poco y ese poco lo necesito muy poco” de Francisco de Asís, que recitaba habitualmente, la clase de ascetismo que admiraba en él, sino el de una libertad que coincidía con el heroísmo. También intuía que Claramunt se había jugado la piel por esa tentación fatal de la mujer prohibida, aunque la mayoría de las veces, su vida había corrido peligro en medio del fragor de revoluciones y contrarrevoluciones.   Contaba cómo la Iglesia organizaba bautizos colectivos para que el dictador caribeño llevara a la pila a los niños que nacían en el país. Con el tiempo se había convertido en el padrino de todos sus súbditos. Pero del afán de amparar a su pueblo pasaba rápidamente (cuando atisbaba alguna resistencia) al de aquel déspota asiático que deseaba que “los hombres tuvieran un solo cuello que, con fuerte mandoble, él cortaría en dos”. Su experiencia de la revolución igualitaria tampoco era muy alentadora: decía que ésta se había apresurado a cambiar el nombre de las cosas para que todo pareciera nuevo. Así “la pena de muerte” fue rebautizada con el nombre de “medida suprema”, no de castigo, sino de “protección social”.   Claramunt creía que el derecho romano había perfeccionado a la sociedad civil pero que había tendido a degradar a la sociedad política, porque fue la obra de un pueblo muy civilizado pero muy servil. De ahí, que los reyes lo adoptaran con entusiasmo y lo establecieran allí donde se hicieron amos.   El viejo luchador también repetía que el miedo a equivocarse es ya un gran error que delata, en el fondo, un miedo a la verdad y recordaba la emoción de Newton cuando declaraba en medio de sus descubrimientos novedosos, que no se sentía sino “un muchacho cogiendo conchas en el gran océano de la verdad”. Claramunt despreciaba la ética posmoderna de amplias tragaderas, que consagraba la tolerancia, y para la cual, todas las opiniones son respetables: lo que latía en esto era la consagración de la indiferencia moral, la cobarde falta de compromiso y el desprecio a las ideas.

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