El grito, Munch Grito de la miseria Al comentar una de las más bellas creaciones del arte griego, la escultura Laocoonte, y para explicar que el viejo sacerdote troyano no grita cuando está a punto de expirar, dice Schopenhauer, en la senda de Lessing, que “la representación del grito es imposible porque no representaría más que el medio, mientras que el fin verdadero, el grito mismo, incluido su efecto sobre la sensibilidad, permanecería inexpresado”. Este dogmatismo incurre en una contradicción -afirmar que el moribundo no está gritando presupone que el grito es representable en la escultura- porque desconoce la regla interpretativa del arte que el propio Schopenhauer establece: "debemos estar ante un cuadro como ante un Príncipe; esperar que él quiera hablarnos y decirnos lo que le plazca. En ninguno de los dos casos hay que tomar uno mismo, el primero, la palabra. Porque se arriesgaría entonces a no oír más que su propia voz”. Algo debe seguir siendo inexpresado para que la imaginación creadora del observador lo actualice, y acabe de expresar lo que el artista ha silenciado, no obstante ser expresable. Respecto al arte literario, Voltaire formuló esta ley de la estética, con su habitual ironía: "el secreto de ser aburrido consiste en decir todo". Por eso, los esbozos y bocetos de los grandes pintores suelen ser incluso más expresivos que sus obras maestras. Ante las obras de arte geniales, siempre pendientes de ser acabadas por la visión de cada generación que las contempla, hay que ser muy precavidos. Solo debemos hablar cuando ellas nos conceden la palabra. Una regla ignorada por los críticos de mercado y de academia.   Una sola pintura negra, El Grito de Munch, acabó para siempre con el dogmatismo romántico de no considerar representable el sonido en el arte plástico. Un cadavérico niño solitario lanza un grito de sufrimiento insoportable, sin desgarrar la conciencia de la tranquila sociedad burguesa que se pasea dando la espalda -pareja que se aleja-, al grito horroroso de la miseria, y sin perturbar el orden ciego de una naturaleza, donde la luz uniforme del atardecer lo mismo presagia noches de muerte al individuo, como de renovación para la especie. La crisis actual no callará el grito de los hijos de la miseria.

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