Patrón (foto: Paul G) Diversión constante * Para que una propaganda sea buena, debe repetir de forma incesante los temas principales. Pero esto no puede hacerse reiterando una y otra vez el mismo mensaje, ya que acabaría por cansar y aburrir al receptor, sino que deben presentarse esos temas centrales bajo distintos aspectos. Es lo que se conoce como la regla de orquestación, algo que Göebbels tuvo muy presente, y también el propio führer, que lo trató en su “Mein Kampf”.   Cualquier campaña de propaganda está basada en un tema central persistente, que varía en su forma de presentación. Todos los órganos propagandísticos repiten ese mismo tema hasta la saciedad, pero en formas adaptadas a los distintos públicos y tan variadas como sea posible. Como señalaba el propio Göebbels: “Para un público diferente, siempre un matiz diferente”.   Los diarios desinforman y crean polémicas, en los semanales se publican artículos relacionados con esas polémicas, e incluso el cine se apunta a esos temas, subvencionado por el propio Estado y los medios afines. El aparato propagandístico acaba por copar incluso los estamentos culturales, por medio de “intelectuales” afectos al régimen. El summum se produce cuando se dispone de las herramientas y estructuras necesarias para influir en la propia educación de los ciudadanos.   Es necesario que haya revelaciones y argumentos nuevos constantemente, para que en medio de esa vorágine la atención del público se desplace hacia otra parte cuando el adversario intente responder a una acusación anterior. Es la táctica de la diversión: distraer la atención hacia otra cosa. De aquí surgen también los “globos sonda”, los “sondeos de opinión”, que sirven para evaluar la reacción del público frente a un hecho o noticia determinados. En algunos casos, determinados temas deben abandonarse por reacciones negativas entre el público, pero nunca se reconocerá el error: la propaganda no puede desmentirse ni contradecirse de forma evidente.   Sin embargo, para que funcione la orquestación y la propaganda se extienda, el objetivo de la campaña ha de corresponder con un deseo más o menos consciente de las masas a las que va dirigida. Por eso, tras casi 40 años de dictadura, una sociedad ávida de libertades civiles y políticas está dispuesta a creer que un Estado de partidos es democrático.

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