“El Guernica” de Picasso (foto: hdelmolino) El pasado legitima. La pugna partidista por el poder no se detiene ante la verdad. Aun más, provoca el reflejo del combate ideológico en la parte visible de la opinión pública, donde aquella es la primera víctima. Y utiliza el presente para “retroalimentarse”. Tal cosa sucede en España, al coexistir dos versiones opuestas y simultáneas de los mismos sucesos históricos. Curiosamente, la ardiente discrepancia se circunscribe, de forma exclusiva, al periodo que va desde la II República, pasando por la Guerra Civil y el Franquismo, hasta el comienzo de la llamada Transición; coincidiendo, ambas escuelas, en señalar las elecciones del 15 de julio de 1977 como “democráticas”.   Resulta imposible conciliar las tesis fundamentales de las citadas corrientes historiográficas con la conducta de los actores de la ceremonia fundacional del actual Régimen. Por ejemplo, si el golpe de estado del 36 fue una reacción a la situación prerrevolucionaria forzada desde “las izquierdas”, y la Dictadura una solución “autoritaria” como “respuesta excepcional” a la crisis, ¿cómo encajar que los rescoldos del Franquismo admitieran pactar, tal cual y con las mismas siglas, con los partidos de izquierda y nacionalistas —PNV, la Esquerra, PCE y, sobre todo, el PSOE— que habían causado la ruina de la República y la Guerra Civil, introduciéndoles además en el Estado? Cuesta creer que todos los trabajos individuales carezcan de la más mínima aspiración de verdad y acoplamiento a los hechos. Otra cosa es que la subordinación de la sociedad civil al totalitario Estado autonómico de varios partidos termine por condicionar la supervivencia pública o académica a la adhesión a una facción. Esta polémica histórica no es más que una monumental maniobra de distracción para enterrar el horrible crimen moral y la felonía política compartida de la “Transición”, en la que se demostró que la pasión partidista por el poder lo supera todo, incluso las razones históricas y éticas de la existencia propia. Con respecto a los demás, en épocas de incertidumbre, según De la Rochefoucauld, “más traiciones se cometen por debilidad que por propósito firme”. Cuando los partidos políticos del exilio y la clandestinidad se convierten en organizaciones subvencionadas por el Estado posfranquista, se inicia el “consenso historiográfico”.

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