La difícil comprensión de los fenómenos sociales, combinada con una equívoca creencia en el libre albedrío, suele dar pie a presentar la vida en común como un agregado de voluntades individuales. Más todavía si se considera la llamada sociedad abierta, pues las actuaciones personales que atañen a lo colectivo no están directamente sometidas a una coacción externa comprobable, sino que ésta se interioriza sicológicamente, buscando no ya eludir la censura, sino conseguir la aprobación de un fantasmagórico otro generalizado, abstracción principalmente encarnada hoy aquí por las instituciones políticas estatales y el consenso público al respecto que demuestran los medios de comunicación oficiales, que, al definirse como democráticos, remiten, cerrando el círculo, precisamente a la voluntad de la mayoría.   Las declaraciones de los políticos y la línea editorial de los medios conceden continuamente un valor referencial a lo que refieren como “la sociedad” o “la ciudadanía”, nutriéndose ambos de las conclusiones deducidas de encuestas privadas, por ellos encargadas, que cuando se divulgan constituyen la llamada “opinión pública agregada”. Pero más allá de la utilidad estadística de semejantes muestreos y de la posibilidad de deducir conclusiones sociológicas, no es posible presentar este fenómeno como si la sociedad civil se abriera camino al poder, cuando es al contrario, o sea éste, quien lo manipula para poder convalidarlo con sus ambiciones.   Para corregir esta falla, se ha inventado una fantasmagórica “opinión pública discursiva”, que se define como, citando al profesor Víctor Sampedro Blanco, “un proceso donde el público es un colectivo de voluntades individuales que deliberan entre sí, condicionándose mutuamente" . Esto supongo significa que hay que acompañar los fríos números de una muestra con las opiniones concretas, deduzco que a favor y en contra, de algunos sujetos no públicamente significados, seleccionados aleatoriamente. Con tan poca cosa se construye lo que designan “esfera pública”, parlamento virtual con el poder que quiera concedérsele, de la ideal “democracia deliberativa”. Ante tan alta construcción teórica y fabulosa solución, ahora comienzo a comprender por qué en España se impide a los ciudadanos que hagamos uso de la burda y retrasada “norma de la mayoría”, por más que se trate de un procedimiento para fundamentar las decisiones colectivas de carácter obligatorio adicionando las voluntades individuales, lo que ya implica, de por sí, la realización de los principios de igualdad y participación políticas.   Obama virtual (foto: rikomatic)

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