Las frases brillantes no suelen expresar cosas verdaderas. Como sucede con los chistes, gustan por la gracia de su inesperada conclusión aunque la lógica de las premisas la deshaga al instante. No sé qué tipo de verdad hay en Marx cuando afirma que si la historia se repite lo hace como farsa. Los hechos reales no puede repetirse en contextos diferentes y la repetición de los imaginarios, arte de la propaganda política, más que a la comedia conduce a la demencia. Hitler lo demostró.
La destrucción de Iraq no ha repetido como farsa la de Afganistán. Pero la reconstrucción imaginaria de aquella nación, al repetirse como fantasía de la que no se hace en ésta, ha congregado en Madrid a la locura gobernante del mundo para celebrar una conferencia de pródigos. Por desgracia para la verdad no se trata de un insulto. ¿Hay otro modo de nombrar la esquizofrenia que produce en la clase dirigente la necesidad de repetir propagandas demagógicas y humanitarias de hechos inhumanos?
La psiquiatría ve síntomas de extravagancia mental en la forma extravagante de vestir. Ante la elegancia europea de Kofi Annan, la anfitriona española inauguró la solemnidad con unos zapatos de reyezuela africana. Para mostrar la alienación en sí misma de la propia conferencia no es necesario psicoanalizar lo que todos ven y pocos confiesan: destrucción, negocio de la reconstrucción; donación, cuota de reparto del botín; administración universal, complicidad de todos en la corrupción del gobierno títere. Basta con citar casos ejemplares de propaganda similar cuya repetición, a partir de la modernidad, llevó a la locura nazi de tomar por real lo imaginario que ella inventaba.
Final de la guerra franco-prusiana (1871): dos mil familias de Alsacia y Lorena abandonan sus hogares para no ser alemanes. Francia entera se conmueve ante tal patriotismo virgiliano. El gobierno las honra y protege. Expropia medio millón de hectáreas y lo reparte en lotes gratuitos. Pero silencia el modo de hacerlo. Esas tierras de cultivo y olivar eran los dos únicos valles de la Kabilia. Los agricultores argelinos y la burguesía intelectual emigraron a la miseria de las ciudades. Guerra europea del 14, antes de entrar en ella EE UU: toda la prensa alemana publica con grandes titulares la gran noticia humanitaria: «Noruegos, salvados». Un submarino alemán, que había hundido un barco mercante en el Báltico, recogió a los náufragos supervivientes. ¿Hay absoluta identidad con el humanitarismo de hundir Iraq en una sangrienta anarquía y salvar con fondos ajenos a los que sobrevivan?
El espíritu de propaganda ha dominado las concentraciones de esquizofrenia en Madrid. Menos mal que a la gubernamental no acudieron los ministros de Rusia, Francia y Alemania y que a la empresarial concurrió el sentido común de no invertir en inseguridad. La de organizaciones no gubernamentales (financiadas por los gobiernos) y la de contestatarios de pancarta son víctimas de su autopropaganda constituyente. Aunque el NO visceral al poder sea simpático y más cercano a la autenticidad moral, está tan alejado del espíritu de verdad como el SÍ por sistema.
Ambas propagandas, aparentemente contrarias, están animadas por un mismo afán de hacer iguales a todos los gobernados. El espíritu de verdad nos hace diferentes en inteligencia del mundo y en calidad de emociones. El de propaganda nos asemeja en la necedad de toda consigna y la ordinariez del gusto. La necesidad de la propaganda requerida para justificar el consenso político ha conducido al envilecimiento del consenso social que sostiene la programación chabacana de las televisiones. Sin dulzuras en los caminos, todo el hormiguero pasta en el estercolero. De su olor no escapa ni el pensamiento convencional ni el académico. Antes de la modernidad, los pueblos tenían los mandos que merecían. Hoy tienen además a sus escritores y artistas.

*Artículo publicado en el diario La Razón el lunes 27 de octubre de 2003.

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