Amanecer en Walden Pound (foto: Storm Crypt) 9 de marzo Dejó la ciudad y fue al bosque para vivir deliberadamente. Herido por el resplandor de la laguna al atardecer, dijo: «Tus aguas son más hermosas que nuestras vidas». Bañado en las siluetas umbrosas de los zumaques, preguntó: «¿No me entenderé con la tierra? ¿No soy en parte hojas y materia vegetal?». Sentado cerca del fuego, musitó con el poeta: «No me faltes nunca, llama brillante».   Años más tarde, cuando, próximo a la muerte, trataron de confortar su alma, replicó que una abundante nevada significaba para él mucho más que Cristo.   La compañía de la naturaleza, percibida a menudo en el repiqueteo de la lluvia sobre el tejado, volvió insignificante la exigencia de otra fidelidad. Pero no olvidó nunca que había huido hasta allí para recoger los «frutos salvajes».   El bosque definía con exactitud la palabra huida: advenimiento, hallazgo, obra. Un sitio donde llegar, donde encontrar los hechos de la vida, donde erigir una casa. La huida era transcurso y demanda, no extravagancia o flaqueza sino verdad denodada que, lejos de la ciudad, adquiría intempestivamente la envergadura de todo hombre. Por eso siempre la supo posible.   En días como el 9 de marzo, todos tenemos derecho a nuestro Walden.   Huye tú, ahora mismo, de la ciudad. Huye hacia los lejanos caminos de poniente. Del estero de la libertad huye y del burdo fervor de lo inexcusable. Porque «sólo amanece el día para el que estamos despiertos», qué importa la prudencia frente al viaje.   ¡Corre!

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