Martin Schulz
Martin Schulz

Este año Alemania se enfrenta a unas elecciones generales que, independientemente de quién las gane, tendrán carácter histórico. Encuestadores y analistas, obligados por la mecánica lineal de sus pronósticos y la presión de los intereses creados, se muestran favorables a una reedición de la tendencia habitual en lo que llevamos de milenio: la ya larga saga de triunfos conservadores en lo que vendría a ser un epílogo crepuscular de la era Merkel, más allá de la cual el vaticinio se pierde en las inciertas nieblas de un porvenir dominado por la crisis demográfica y el Internet de las Cosas. Sin embargo, quien esto escribe es de la opinión -meramente intuitiva y no basada en números- de que el vencedor, por el contrario, será Martin Schulz, y de que el próximo otoño el país más poderoso de la Unión Europea entrará en una nueva etapa de su historia. Y todo lo que está alrededor de él también, incluyéndonos a nosotros. He aquí las razones.

A finales de 2016 los estrategas electorales de la CDU/CSU daban por supuesto que el contrincante de la Canciller en las siguientes elecciones al Bundestag sería el funcionarial y nada carismático Sigmar Gabriel, por aquel entonces segundo de a bordo de la Gran Coalición. La renuncia de este en favor de Schulz tuvo un número de efectos que, no siendo en sí mismos de gran peso, pueden resultar decisivos en una dinámica de acontecimientos preelectoral, dominada por la incertidumbre, la psicología de masas y la fascinación de los temas novedosos.

Para empezar, se revelaba impropia y poco funcional la elección de los responsables de campaña de Angela Merkel, por lo general conservadores, nada creativos y centrados en una visión lineal de la vida, cuando no abiertamente incompetentes. Esto es como cuando tus mecánicos han ajustado el motor del bólido, todo el personal de los boxes está preparado en sus puestos para cambiar las ruedas, y entonces te das cuenta de que las reglas de la carrera han cambiado, y ahora el rival dispone de un potente buggy capaz de correr campo a través. Todavía puedes ganar: pero no lo tienes ya tan seguro. El desánimo comienza a cundir en tus filas y las bases se ponen nerviosas al advertir que existen problemas de autoridad y confianza en una misma.

La entrada de Martin Schulz en lid electoral, por otra parte, ha logrado galvanizar a unas masas socialdemócratas que vivían de espaldas al SPD desde que Gerhard Schröder hipotecó al partido con el lastre de la Agenda 2010 y las rondas Hartz sobre política laboral y empleo, allá en los comienzos de siglo. Esto no solo le costó las elecciones del 2005, sino que sumió a la socialdemocracia en una prolongada crisis de identidad que la militancia ha castigado con el escepticismo y la abstención. Sin embargo, como en la vida todo es cíclico y esta travesía por el desierto duraba demasiado, quizás ha llegado el revés de la ola. Consta que el número de afiliados al SPD está creciendo otra vez durante los últimos meses. Viejos obreros y jóvenes con perilla en forma de púa de guitarra vuelven a sentir el mismo entusiasmo de otros tiempos. Banderines y pancartas se desenrollan, y las bases están otra vez listas para colmar estadios, polideportivos y campas.

Por otro lado, sería ingenuo suponer que los socialdemócratas están obligados a pagar un alto precio por unas reformas laborales y sociales que, introducidas por ellos mismos, por motivos de responsabilidad política y como respuesta a la situación de necesidad existente a finales del siglo pasado -y también por ambición personal del entonces canciller Schröder, todo hay que decirlo-, mientras que sus contrincantes cristianodemócratas y socialcristianos están exentos de pagar la factura por un episodio tan crucial y perturbador como la crisis de los refugiados durante los años 2015 y 2016. Aunque por motivos de corrección política esto no salga reflejado en las encuestas, es muy probable que finalmente exija su tributo detrás de las cortinillas que garantizan el secreto del voto en el colegio electoral.

En cualquier caso, aun si vence Schulz, invirtiéndose la relación numérica entre conservadores y socialdemócratas, lo hará por un estrecho margen. Las fortalezas de la era Merkel aun pesan demasiado como para incluir en el pronóstico la probabilidad de un gobierno monocolor, ni siquiera en coalición con Die Linke, por el tabú existente en el SPD contra los disidentes de Oskar Lafontaine y los comunistas de la extinta República Democrática Alemana. Al pueblo le atraen las novedades, pero no le gustan los radicalismos. Y por la extrema derecha asoman elementos que se creían extinguidos desde 1945, agrupados en torno a partidos ultranacionalistas como AfD (Alianza por Alemania) y plataformas xenófobas como Pegida. Sea quien sea el nuevo capitán –o capitana-, se agradecerá que sea capaz de asir la rueda del timón con el pulso firme de los viejos campeones del europeísmo.

Escenario previsible, y capaz de evitar el temido desplome en los mercados financieros, es el de una nueva Gran Coalición con la CDU/CSU, esta vez presidida por un canciller socialdemócrata. Este sería el mejor modo de lograr que la era Merkel se solape con la era Schulz sin fricciones que puedan comprometer la estabilidad de las instituciones europeas o los intereses del Establecimiento. En la más purista tradición lampedusiana, todo habría cambiado para que todo siga igual.

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