En La Monarquía de Partidos no tiene cabida el liberalismo, que sería ideología natural de la derecha, si no hubiera mediado la experiencia del Estado fascista. Su ausencia de las estructuras de poder de la Monarquía no es debida a la circunstancia de haber sido excluida (Acción Republicana) de los pactos originales de la Transición, sino a su apartamiento de la oposición activa a la dictadura, que legitimó a los partidos clandestinos, incluidos los de la derecha nacionalista vasca y catalana.

La esencia de la ideología liberal, incluida la radical que se consideró de izquierdas por razones éticas, impide a los partidos liberales transformarse en órganos estatales, como pueden hacer con impunidad ideológica los partidos de izquierda cobijados bajo las antiguas siglas del PSOE y del PC.

Como lo describió Gramsci, los partidos socialistas se formaron y organizaron a imagen y semejanza del Estado, a quien lo prefiguraron para adelantar el proceso de estatalización de la sociedad civil. Aunque quisieran, y la ley de hierro de Michels no lo impidiera, los partidos de la izquierda igualitaria nunca podrán ser internamente democráticos. Porque mejor y más que ambición de gobierno tienen vocación estatal.

La derecha liberal o democrática no tiene representación en la Monarquía de Partidos ni la podrá tener. La derecha social no identificada con la partitocracia ni con la oligarquía, carece de conciencia de su orfandad política, porque la síntesis de su interés económico, profesional, cultural y religioso está siendo definida por el PP. El partido procedente del franquismo que ha sabido realizar, mejor que Gil Robles, la fusión de la derecha dictatorial con la surgida de la sociedad civil, desde el desarrollo económico, bajo el paraguas de la oligarquía financiera y mediática. Y nadie ha explicado todavía a esta derecha social que sus intereses empresariales y culturales no solo son distintos, sino contrarios a los de la oligarquía financiera y mediática.

En el tercio del censo electoral que no vota por sistema a la partitocracia, y en ese largo diez por ciento abstencionario que se aleja de las urnas para “ir a la playa”, como dice con despreciativo cinismo el poltrón de la Generalitat, hay tantas mentalidades de izquierda como de derecha.

Pero la decepción de los que antaño metían papeletas de partido en las urnas es más fácil de prender en los votantes de siglas de izquierda que en los del PP. La razón es sencilla. Son pocos los que votan a este partido creyendo que es liberal. Lo dejan de votar por sus simplezas como partido de la oposición y por los terribles errores de Aznar, de los que no solo no se arrepiente, sino que se muestra orgulloso de haberlos cometido.

En cambio, son todavía legión los que sostienen al PSOE (de IU ni merece la pena hablar) creyendo que es de izquierda porque favorece a los homosexuales, el feminismo de cuota, el derecho de autodeterminación para el pueblo vasco, la negociación con ETA, la inmigración masiva, el anticlericalismo del siglo pasado y la causa palestina contra Israel.

Espero que mis lectores comprendan que en este espacio tan corto no pueda resumir siquiera, como hice con la citraizquierda, la carencia de fundamentos intelectuales y morales de una derecha autoritaria que no ha dejado de estar incorporada al Estado desde 1939, y que aun continúa siendo la médula que vertebra al PP. La figura de Aznar simboliza este predominio de los valores autoritarios de la tradición católica y nacional en el actual partido de la oposición.

Pero no terminaré esta ligera reflexión, sin recordar que tanto Aznar como Rajoy declararon, al unísono con Cebrián y Pedro J. Ramírez, que nada tenían que oponer a la independencia de Euzkadi, si el derecho de autodeterminación del pueblo vasco se negociara y se ejerciera en un escenario de paz. Lo denuncié en mi artículo de la Razón contra el señoritismo de esos oportunistas directores de prensa. Volveré a tratar de la derecha española.

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