Apenas se puede leer algo de interés sobre esta vieja dicotomía ideológica, que tiene enajenada la conciencia de millones de europeos, la mentalidad de todos los medios de comunicación y la inteligencia de los partidos políticos que se creen, y dicen ser, de izquierdas. Los de derechas son aun más originales. Negando su identidad, proclaman que son equidistantes, centro, entre una ultraderecha imaginaria y una citraizquierda oportunista.

Ningún psicólogo cometería la extravagancia de aceptar, como si fuera el modo científico de investigar la personalidad, el método de preguntar al sujeto investigado lo que piensa de sí mismo, y aceptar su respuesta como algo incontestablemente cierto. Y, sin embargo, ese es el criterio europeo para distinguir la derecha de la izquierda, cuando no hay un partido que quiera la socialización o estatalización de los medios de producción.

Antes de que la Asamblea francesa, reunida por primera vez en sala horizontal, creara la distinción entre derecha e izquierda, según el lugar de asiento a esos lados de la mesa presidencial, el hemiciclo vertical de la Revolución llamó montañeses, “valleses” y empantanados (montagne, vallée, marais) a los que, por afinidad en el grado de intensidad de sus sentimientos revolucionarios, se sentaban arriba, abajo o en medio de las gradas. Dada la natural tendencia al oportunismo, se explica que esos pertinentes apelativos sucumbieran ante la elástica indeterminación de las adjetivaciones derechistas o izquierdistas.

Salvo en los liberales de convicción, la revolución bolchevique y la marcha sobre Roma decantaron las posiciones de la izquierda hacia los partidarios de Moscú, y las de la derecha hacia el fascismo. El partido comunista de Thorez, el más importante de Europa, lo ejemplifica. Denunció a De Gaulle como agente del imperialismo británico y ayudó a los nazis contra la resistencia francesa al Régimen pro-alemán de Vichy, hasta recibir la orden contraria de Stalin, tras su pacto con Hitler. Entonces, y solo entonces, los comunistas entraron en la resistencia. El filosofo Alain, en los años treinta, fue el primero en salir al paso de la pretensión derechista de considerar obsoleta la oposición derecha-izquierda. Quien defendiera esta tesis, dijo el filósofo del radicalismo francés, confesaba que era de derechas.

La creación del Estado de Partidos, en los pueblos vencidos por el ejército de EEUU (no en el francés gracias a De Gaulle), fue obra política de la derecha residual, especialmente de la democristiana y la socialdemócrata. Justamente las que, desde Weimar, habían creado las instituciones que favorecieron el triunfo electoral de Hitler, y se integraron de hecho, salvo muy pocas excepciones, en el Estado Total de Mussolini.

Prohibidos los partidos comunista y fascista (Alemania), y en ascensión el eurocomunismo (Italia), los intelectuales crearon la ideología del crepúsculo o fin de las ideologías, basándose en el hecho de que la política estaba dirigida, a uno y otro la del telón de acero, por unos mismos criterios objetivos, de carácter técnico y burocrático, para un desarrollo económico permanente de la producción y el consumo. Uno de los más lucidos intelectuales de EEUU, Galbraith, con quien tuve la suerte de mantener un diálogo sobre el tema, acuñó el término “tecnoburocracia”.

Las rebeliones juveniles del 68, cuando ya era patente que en toda Europa no había un solo partido parlamentario de izquierdas, hicieron saltar por los aires la credibilidad de la partitocracia, poniendo al descubierto que la clase política era de la misma naturaleza en la derecha y la izquierda, esto es, más solidaria entre sí, que los dirigentes de los partidos socialista y comunista con las clases deprimidas que los sostienen.

La Transición reveló lo mismo que mayo del 68. Ningún partido era de izquierdas. Engañaron a los españoles, asustándolos con peligros imaginarios de guerra civil, para poder pactar con los hombres de la dictadura la continuación de éstos en el Gobierno, sin revisión del pasado, a cambio de hacer estatales, con cuotas de poder y subvenciones de fábula, al PSOE y al PC. Es evidente que este examen de la derecha-izquierda ha de ser actualizado.

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