Recientemente, más de 160 países han firmado el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular en Marrakech. Entre los países firmantes se encontraba Francia, y también España y Alemania.
La firma del Pacto ha pasado casi inadvertida para la opinión pública en España, sin duda porque el ruido ensordecedor de nuestra traición nacional, en grado sumo, amortigua la repercusión mediática de todo aspecto importante, y el Pacto lo es.
Aunque no sería de extrañar que la falta de visibilidad en los medios de comunicación social españoles haya sido deliberada. Al fin y al cabo, la falta de respeto a la Nación española, privándola de la posibilidad de representación es de tal magnitud, que la oligarquía partidocrática no se va a rebajar a debatir estos temas en público. Faltaría más.
En Alemania, Merkel ha tenido que responder a preguntas de la oposición en el Parlamento, donde se le ha visto algo nerviosa, e incluso se le ha escapado que el Pacto es vinculante.
La traición ha sido, como podemos ver, bastante extendida.
En Francia, no es la primera vez que algún oficial general critica abiertamente una decisión determinada del gobierno de Francia, pero en esta ocasión no se trata de mostrar disconformidad con decisiones que pudieran afectar a la política de defensa francesa.
Además del carácter colectivo de la crítica y grave acusación, nada menos que al presidente, se ha producido por escrito, y con los aclara firmas plagados de bastones, sables y entorchados. ¡Incluso un ex ministro de defensa!
Puede que no les falte razón a los “abajo firmantes”.
Es cierto que el fenómeno migratorio que vivimos actualmente supone una tragedia humana que nunca habíamos visto antes. Y, también es cierto que si consideramos que esa tragedia se produce en cantidades y ámbitos regionales que le asignan un interés más allá de una región y, por consiguiente, se hace precisa una respuesta mundial; es decir, por parte de la ONU.
Sin embargo, el literal del Pacto contiene elementos de vital importancia y que conviene analizar en detalle, como si realmente es o no vinculante, la veracidad de sus apelaciones a la soberanía de los Estados, o las repercusiones que tendrá su aplicación sobre las poblaciones de los países de destino.
Los generales franceses inciden en la preeminencia de los tratados sobre la legislación francesa, lo que por cierto también es válido para España. También en que el 80% de la población está a favor de regular la inmigración, o los niveles de deuda pública existentes, o el peligro de disolución de la civilización francesa y sus valores.
De especial relevancia es su afirmación de que es imposible integrar a tanta gente de tantas culturas diferentes, sin que se produzcan desequilibrios que afectan a la seguridad.
Un referéndum, dicen, es la única alternativa, y en este punto, desde luego que tienen razón.
En cualquier caso, a los generales franceses, y a menudo también a los civiles, se les olvida que al menos en el caso de las corrientes migratorias masivas ilegales procedentes del África Subsahariana, tienen una responsabilidad nacional, no solo como ex nación esclavista, sino como potencia colonial expoliadora, que aún extiende su influencia, a través de regímenes internacionales como el FMI, en un claro neocolonialismo.

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