Victoria Sendón

VICTORIA SENDÓN.

“Los tiempos adelantan que es una barbaridad”, lo que pasa es que últimamente avanzan regresando o pulverizando contenidos. Tal vez España constituya un observatorio privilegiado para detectar los vaivenes de lo “progre”, dado que hemos recorrido en breve tiempo espacios políticos y de modernidad para los que otros países han tardado siglos. En nuestros lares ni siquiera se realizó la revolución burguesa, y el intento de las Cortes de Cádiz fue tan efímero que nos quedamos con las ganas. Lo mismo sucedió con la República, así que luego nos hemos tenido que poner las pilas para estar a la par de nuestros vecinos.

Sin embargo, en ese acelere, lo que ha sucedido es que todo lo que estaba prohibido o estigmatizado por el franquismo y el nacional-catolicismo nos lo hemos tomado como un programa de progreso a realizar. Y estábamos en lo cierto, pero lo hemos hecho sin matices y a piñón fijo. Todos aquellos grupos que combatían el franquismo han sido metidos en un mismo cajón de sastre bajo el rótulo de progresismo, pero es que contra el franquismo ¡estaban hasta los monárquicos! Los tiempos y las circunstancias políticas, económicas y sociales han cambiado aceleradamente, de modo que nuestro momento histórico no es para nada el de la Transición. Es tiempo de balances y de modificar perspectivas. Pero ¿en qué?

1) En nuestra apreciación de los nacionalismos. Esta ideología, perseguida obsesivamente por el franquismo, fue aceptada con todos los parabienes del progresismo sin calibrar “a priori” lo que late en ella de involucionismo. El nacionalismo, por principio, no puede ser de izquierdas, porque la izquierda es internacionalista, pero le hemos otorgado tal halo de liberación “nacional” que ahora existen muchos jóvenes colgados de ese “ideal” esperpéntico en lugar de luchar por las causas realmente pendientes de nuestro mundo convulso. El nacionalismo sólo cambia las relaciones de poder, pero no conlleva un programa político de apertura solidaria.

Para la lucha común de las mujeres ha sido un desastre. Recuerdo que en una publicación feminista vasca, en la que solía escribir, me censuraron un artículo en el que hacía una matizada crítica de ese nacionalismo. Y cómo las entrevistas a mujeres de otros lugares de España no eran bien vistas: “mujeres del Estado”, se decía, siendo bien acogidas las realizadas a cualquier “etxekoandre” del terruño, con toda su categoría personal sin duda, pero más valoradas por el hecho de ser de la casa. El “silencio de los corderos” durante todo el reinado del terror nacionalista (abertzale o no) se está pagando con una sensación extendida de regresión moral. Hemos vivido la experiencia alucinada de que en lugares como el País Vasco y Cataluña no podías ser progre si no comulgabas con las piedras de molino del nacionalismo, dispuestas a sacrificar la propia lengua materna en aras de la “lengua propia” del territorio. Hemos incluso eliminado la comunicación en una lengua común en la hoguera narcisista de la lengua diferencial de unos cuantos que representaban las “esencias patrias”. Pero, en realidad, esos nacionalismos no han sido más que prejuicios clasistas frente a los parientes pobres y paletos de las tierras del sur y del centro, con los que no querían ni por asomo ser identificados. Ya no se pueden vender en Cataluña muñequitas vestidas de flamenca, pero sí de “pageses” con la barretina calada ¡faltaría plus! Y hasta los de ETA aparecen con sus “txapelas” identitarias ¡se los vaya a confundir con los baturros! ¿Para cuándo un Encuentro de “todas”, en el que las diferencias no supongan enfrentamientos ni desigualdades?

2) La cuestión del sexo. Era tal la opresión ejercida por monjas, curas y la Sección Femenina de la Falange, que nuestras principales batallas se centraron en liberarnos de semejante agobio. El ambiente general en tiempos de la transición confundía la modernización con un vulgar “destape” de revistilla y “varietés”. No es pues de extrañar que las feministas tematizáramos nuestra revolución de ombligo para abajo, y lo seguimos haciendo en cierta medida, sin haber dado un giro hacia una auténtica liberación del cuerpo y de la mente. Algunas siguen pensando de modo arcaico, pensando que la liberalización de la prostitución es algo de lo más “progre” sin entender realmente el fondo de esclavitud que yace en su origen y en su práctica. No se puede hacer bandera de liberación sexual de un hecho tan denigrante. E igualmente con el aborto, poniendo el carro antes de los bueyes. Muchas jóvenes, sin formación alguna, abortan cada año como un medio de control de la natalidad. Abortan simplemente porque han adaptado su pobre sexualidad a la de sus eventuales compañeros sexuales: una miseria a dos. Es el triunfo del modelo masculino sin reservas. ¡Qué progre!

3) La educación. Con el lema de la igualdad como bandera nos estamos cargando la “biodiversidad” humana que supone ser varones y ser mujeres, dos cosas matizadamente diferentes. La coeducación se ha convertido en otro cajón de sastre en el que ninguno de los géneros encuentra su lugar. Nos hemos empeñado en que las chicas sean ingenieras, pero no en que los chicos sean enfermeros, por ejemplo. Nos hemos guiado por lo que es prestigioso en el mundo masculino, compensándolo con que los niños aprendan a coser sin tener en cuenta los verdaderos deseos y aptitudes latentes de cada quien. Ahora estamos comprobando que la enseñanza mixta no atiende al problema diferencial de la maduración precoz de las chicas, teniendo que rebajar sus niveles a la más lenta de los varones. Pero, claro, la separación por sexos constituye una aberración proveniente de oscuros temores clericales. Por eso ¡ni un paso atrás! así se demuestre lo contrario y por motivos diferentes. Las chicas líderes no pueden desarrollar su liderazgo en épocas tan tempranas en un ambiente mixto, porque el liderazgo lo representan ellos, de modo que ellas no tienen más que imitarlos, generalizándose un modelo de violencia matona en los colegios.

4) La religión. En España la religión ha constituido un pesado fardo que nos marcaba desde la infancia: terrores, culpabilidades, oscurantismos de todo tipo. Pero ahora, en lugar de establecer un Estado laico, lo hemos hecho aconfesional, de modo que todas las religiones tengan los mismos derechos para seguir machacando las conciencias. Café para todos. Por lo visto es muy progre que los musulmanes construyan sus mezquitas y tengan sus profesores de religión con dinero público sin tener en cuenta que las religiones monoteístas que conocemos han nacido “contra” las mujeres. El control de nuestros cuerpos, nuestras vidas, nuestras mentes y nuestra sexualidad es el pilar central sobre el que se sostienen esas religiones, que sin él habrían desaparecido.

Sin embargo, con la palangana hemos tirado también al niño. Me explico: ser progre era ser materialista sin reservas. Y no es así. Las nuevas Ciencias de la Vida, o sea, la biología, han descubierto que en el ser humano existe un nivel emergente que no podemos reducir a la complejidad del cerebro como si de una sofisticada computadora se tratara. Muchos seres humanos necesitan cultivar una cierta espiritualidad LIBRE, que en cada quién se expresa por diversos e imaginativos caminos. Algo que nos haga mucho más libres, más felices, más integrados. Y no estoy hablando de la vida eterna, sino de esta vida, de una espiritualidad -que no religión- inmanente. La formación en “valores” que se propugna no puede reducirse a valores democráticos, sino ampliarse a valores personales que tengan en cuenta todas nuestras dimensiones. Esto sería lo progre hoy y no la imposición del materialismo por principio. Muchas feministas renuncian a satisfacer esta dimensión por un falso y reduccionista prejuicio. Está muy bien la razón crítica, pero sin olvidar la imaginación creadora.

No quiero seguir por no ponerme pesada, pero la cultura, el desarrollo, el estado de bienestar y otros temas serían también motivos de reflexión, de cambio de perspectiva en el entorno de la evolución de nuestro mundo. El progresismo ya no es estar a la izquierda, sino delante, más allá, al hilo de la vida y de la historia.

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