La Puerta del Sol, Madrid, mayo 2011 La voz del pueblo Acabo de leer Frente a la gran mentira, de García-Trevijano. Un libro publicado en 1996 que denuncia lo que ahora está poniendo de manifiesto el movimiento social de los llamados “indignados”. Es admirable la clarividencia del autor al percibir entonces, incluso durante la transición, la realidad de nuestro sistema político.   Muchos nos hemos sentido más o menos satisfechos durante un periodo largo de tiempo con los cambios que trajo la transición y hemos visto encarnada en la democracia una serie de valores y libertades inexistentes anteriormente, por ello, nos hemos dejado encandilar con la luz de la libertad que desprendía y nos hemos adormecido en su regazo. Entretanto, los profesionales de la política, olvidándose de que forman parte del pueblo, se han ido blindando en sus privilegios y alejando cada vez más de aquellos a los que, en época electoral dicen servir. Se han convertido en una élite que se cree merecedora de prerrogativas exclusivas y que hace oídos sordos a las quejas y propuestas ciudadanas. ¡Cuantas iniciativas populares, con recogida de miles de firmas, han sido ignoradas!, ¿dónde se oculta el artículo 29 de la Constitución, que dice: ”Todos los españoles tendrán el derecho de petición individual y colectiva, por escrito, en la forma y con los efectos que determine la ley”?   Tiene razón García-Trevijano cuando afirma que es una oligarquía de partidos y no una democracia la que rige nuestros destinos. Nos han hecho creer que participamos de la vida política porque, cada cuatro años nos dejan expresarnos a través del voto, pero este voto no es plenamente libre, puesto que se nos obliga a votar listas cerradas confeccionadas por las ejecutivas de los partidos. Una vez celebradas las elecciones, durante la legislatura, estos iluminados hablan en nuestro nombre sin escucharnos: “El pueblo quiere…”, “los ciudadanos desean…”, “los votantes me respaldan”…, sin saber realmente qué quiere el pueblo, qué desean los ciudadanos o a quién respaldan los votantes.   Desde que el movimiento Democracia real está en marcha, los oligarcas políticos no saben qué hacer; se sienten completamente desconcertados y se puede oler su miedo. Algunos intentan fagocitar el movimiento, otros tratan de denostarlo calificando a sus seguidores de radicales inadaptados, y, otra vez, se niegan a escuchar a aquellos a los que dicen representar, deseando que esta pesadilla desaparezca, los ciudadanos se cansen y volvamos todos al limbo de la conformidad, donde nos tenían dormitando.   Numerosos ciudadanos han despertado de su letargo y exigen ser parte activa de la política. No se trata de acabar con los partidos, pero sí de que estos sean portavoces de la voluntad del pueblo, cuya participación no debe seguir limitándose a introducir una papeleta en las urnas cada cuatro años, concediendo un cheque en blanco a quien quiera que nos gobierne.   Esta nueva forma de hacer política implica una gran responsabilidad de los ciudadanos y una gran madurez, que creo se está demostrando en estos días. Es necesario demostrar que la sociedad es capaz de tomar el timón, indicando a nuestros representantes en qué dirección se debe navegar.

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