La aceptación sistemática, por parte de la mayoría de los autores de la ciencia política, durante los últimos dos siglos, del punto de vista de la libertad individual como fundamento de la democracia ?lo que bien puede considerarse una auténtica fijación o manía intelectual, además de una torpeza?, coincide temporalmente con la desaparición de la libertad política y la formación y auge de la llamada sociedad de masas o de consumo masivo, desde mediados del siglo XVIII.   La ausencia, casi general, de libertad política durante este prolongado período histórico, y la consecutiva precariedad de lo que se ha dado en llamar sistema de libertades, ha identificado equivocadamente a dicha sociedad de masas como la causante de la pérdida de la libertad, o, en todo caso, como un inhóspito lugar para el desenvolvimiento de la misma. Error que puede conducir fácilmente a la idea escéptica de que en la sociedad de masas no hay, prácticamente, sitio o posibilidad para la libertad política y para la democracia, que se situarían en el ámbito de la utopía, fuera de la política e incluso de lo político.   En palabras de Francisco Ayala en Hoy ya es ayer, epígrafe, La libertad individual en la sociedad de masas: «En la actualidad, el peligro de opresión [de las libertades humanas] proviene de las masas, que sea directamente o a través de sus exponentes investidos de poder público, tienden a aplastar toda disidencia o a allanar cualquier distinción que encuentren a su paso». Y, de este modo, se ha venido a concluir que el objetivo del moderno Estado Constitucional es garantizar el ejercicio de la libertad individual, idea que ha dado origen al desarrollo del garantismo como base del sistema político que Pedro Salazar Ugarte, siguiendo a Luigi Ferrajoli, ha denominado Democracia Constitucional.   Mas, la realidad de los hechos ha sido justo la contraria: la desaparición de la libertad política del escenario social de la Europa altomedieval ?aquella libertad política de las ciudades independientes del Imperio durante el Renacimiento?, y la ulterior centralización política y administrativa del Estado por obra de la Monarquía absoluta durante el Antiguo Régimen, transformaron la sociedad estamental, sin verdadera libertad colectiva, en sociedad de masas.   La universal imposición, o «tiranía», de la economía y de la técnica moderna sobre la sociedad, la propaganda económica y política puesta al servicio de aquélla, y la aparición en la escena pública de un nuevo tipo de hombre ?hedonista, alienado, individualista e inculto?, aquel «señorito mimado» descrito por Ortega en su libro, la Rebelión de las masas, ha dado lugar a la extravagante idea de que la psicología de este «hombre de la masa» lo incapacita para el ejercicio de la libertad política haciéndolo más proclive o susceptible al totalitarismo dentro de un Estado de partido único o al autoritarismo dentro del Estado de partidos ?moderna y antidemocrática forma de Gobierno, o mejor, de desgobierno, como ha denunciado Dalmacio Negro en su libro, Historia de las formas del Estado.   Y aunque la descripción de la moderna sociedad de masas coincida en lo fundamental con lo antedicho, la conclusión es sin duda falsa. Como ha demostrado Antonio García-Trevijano en su Teoría pura de la República Constitucional, la forma de Estado republicana y la forma de Gobierno democrática o constitucional, que se apoyan en los hechos naturales de libertad colectiva y lealtad dentro de la propia especie y la sociedad humana, constituyen, no sólo, la única garantía de la libertad en su más amplio sentido, sino al mismo tiempo, la más sencilla y mejor forma de reintegrar a las masas a una vida digna y decorosa dentro de la sociedad y del Estado.

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