¿Cuántos años más serán necesarios, sin memoria del pasado ni previsión del futuro, para que la realidad comience a ser percibida como realización? La corrupción y la incompetencia, resultados de un proceso degenerativo, provienen de un acto primordial de dimisión ética: el abandono de los ideales democráticos.   Por mucho que se enfoque la mirada hacia la bruma que oculta las raíces del mal presente, la potencia de la voluntad esclarecedora, condicionada por las limitaciones ideológicas, no llega más allá del acto de entronización en el Estado del partido socialista. Pero no fue en la etapa de González o en la regentada por Zapatero cuando se consumó el asesinato de la ética y el reinado de la ineptitud, sino hace ya treinta y tantos años.   La estrategia de la Reforma, basada en un consenso de reparto entre oportunistas, sacrificó la clase empresarial, como chivo expiatorio de la dictadura, para legitimar, con demagogia social, la traición a la causa política de la ruptura democrática. El consiguiente declive de la productividad, que marcó a los gobiernos de Suárez, fue corregido por los gobiernos de González mediante el sacrificio de la clase obrera, como chivo expiatorio de la inflación, para legitimar con impostura económica modernista, la traición a la causa socialdemócrata del cambio social. El hinchado Aznar, sin sentar las bases de una economía productiva, y el deshinchado Zapatero, con despilfarro y un endeudamiento que nos llega hasta las cejas, han sacrificado a empresarios y trabajadores, logrando una fúnebre paz social.   “Primero viene el devorar, luego viene la moral”, decía Bertolt Brecht. Pero cuando se agota el pienso, incluso el del pesebre público, y somos devorados por las deudas, por muy desprovistos de principios que estemos, hay que recurrir, por pura supervivencia, a la actividad mental que permite el análisis de aquellas situaciones en las que los errores encadenados generan frustración general, y así, elaborar una mejor estrategia política para una nueva oportunidad de desarrollo social. Esta fallida y ruinosa Monarquía parlamentaria es un cadáver putrefacto del que los buitres picotean los últimos restos.

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