Jerarquía (foto: Gustavo Spaziari) La paradoja organizativa La justificación última de toda estructura jerárquica piramidal descansa en su supuesta eficacia decisoria. Las instituciones cuya actuación y finalidad están sometidas a un componente dinámico, desde el gobierno a sus secciones, y de las grandes corporaciones hasta las pequeñas empresas, se organizan así conforme a tal principio. Siguiendo esta lógica, en épocas de crisis o de fracaso, en virtud de un gradiente de influencia y responsabilidad vertical, lo coherente sería que quienes ocupan los puestos superiores perdiesen tal estatus. Nada más lejos de la realidad, pues son los inferiores los primeros y mayormente perjudicados durante tales circunstancias, como muy bien podemos apreciar en el momento actual. Ello nos lleva a pensar que, además de la señalada efectividad operativa —cuya posibilidad negativa aceptaremos: podría resultar peor si no hubiera tal orden jerárquico—, es una posición elevada, que contribuya a mejorar los ingresos y a asegurar la estabilidad profesional de los particulares, el motivo práctico de tan enconadas estructuras.   Si introducimos ahora el qué, o razón fundamental de la organización —pues es cabal creer que también habría que admitir una jerarquización de fines—, según de lo que se trate, podría suceder que, en un mundo de relaciones complejas, el cómo lograrlo o mantenerlo no estuviera claro. Se han planteado al respecto una multitud de dilemas teóricos con un pequeño número de agentes —en ocasiones solamente los mínimos: dos—, en los que una solución satisfactoria para todos es imposible, y la atenuación de los daños imprevisible sin conocer la voluntad cierta  del otro — no complicaremos las cosas evaluando el engaño, si bien señalamos aquí que existe tal posibilidad— o de alguno o algunos de ellos. Nadie está libre de, en tales condiciones de incertidumbre, tender a pensar y, lo que importa, actuar de manera que favorezca la conservación de su estatus personal: ello desata una fuerza que acerca a las cúpulas de las organizaciones que están, o puedan entrar, en competencia o contradicción entre sí; algo que tiende a reproducirse al ser en tan elevados órganos donde se seleccionan los ascensos y descensos del resto del personal, “socializándolo” en este propósito desde la base.   El corolario de este planteamiento teórico referencial resultaría amplísimo. Por ello nos centraremos en señalar que la energía individual, tan bien considerada en nuestro mundo occidental hasta el punto de situarla en la mismísima base del sistema, puede disiparse fácilmente en el ambiente que las primeras generaciones de triunfadores tenderán a propiciar, precisamente como respuesta racional a la posibilidad de perder su preponderancia. Todo impulso que no trate de remediar esta terrible paradoja, con el orden institucional y normativo adecuado para corregir la nefasta tendencia, y que además disponga de los mecanismos eficientes para “actualizarse”, ello en base a una prognosis realista de los problemas colectivos; consistirá en la mera sustitución de una élite por otra.   El MCRC es en sí mismo el programa para evitarlo, porque no está dispuesto a contener o debatir nada más allá de la radical forma republicana de asegurar la libertad política que propone.

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