Existencia precaria (foto: Mister V) Degradación explosiva La cosa ya no tiene parada. La teoría química de las estructuras disipativas de Ilya Prigogine, o más simplemente las observaciones de la erosión geológica, muestran que, aunque los procesos de la naturaleza sigan patrones relativamente estables y por eso susceptibles de determinación, son irreversibles. Este principio es válido también para la historia. Aquí, podemos lamentarnos de que procesos tales como la revolución francesa o la transición española no acabasen en la conquista de la libertad colectiva. Pero hemos de notar también que, precisamente por la marca de la irreversibilidad en todo proceso (la «flecha del tiempo»), es posible lo nuevo en cuanto tal. Y el patente proceso de degradación de nuestro régimen (a)político en todos sus escenarios, sin excepción, promete la cada vez más preñada posibilidad de una situación política nueva.   El descontento en España puede cortarse con un cuchillo; se muerde; se respira por doquier. La indefensión ante la situación económica, por ejemplo, y así la cada vez más frecuente falta de escrúpulos para conseguir un medio de vida o aún un pedazo de pan, con todo lo que ello conlleva, no puede prolongarse indefinidamente. Un amigo me contaba que, cuando fue a la comisaría a denunciar el robo de su coche, había dos pastores poniendo sendas denuncias por hurto de  sus  animales; y yo mismo he visto en la orilla del río Hozgarganta (Cádiz) la piel, las pezuñas y la cabeza degollada de una cabra, sin duda ejecutada in situ para llevarse algo de carne al asador casero. Esto es desesperación real. Es verdad que la docilidad general, el recogido amansamiento de unas costumbres que irónicamente cambian de continuo a tenor de los deseos de una desvergonzada clase política no sometida a ningún control ciudadano, son losas muy pesadas en las espaldas de una sociedad ya de por sí adoctrinada.   Pero los veneros de la decencia moral y de la inteligencia no están ni mucho menos agotados, ni parece posible que puedan nunca aplastarse por completo, pues manan de fuentes imperecederas. Una identificación de la corrupción generalizada puede esquivarse durante un tiempo, debido fundamentalmente a que no se comprenden sus verdaderas causas, pero sólo puede llegar a determinado punto, en el cual se producirá, sin duda, una ruptura con el orden precedente. La cuestión es qué sucederá después. Una revolución completa, que vuelva exactamente al mismo punto aunque con un mero cambio de fachada, es factible. Pero también lo es que, llegados al punto del cambio, se aúne una fuerte voluntad de detectar el auténtico problema y así despertar el juicio a la única posible solución: la República Constitucional.

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