Defender el ejercicio imaginativo del Derecho garzonita para hacer memoria olvidando la trayectoria personal y profesional inmediata del personaje, supone una paradoja hipócrita tan sólo comparable con la ausencia de enjuiciamiento por el Magistrado estrella de los protagonistas de la transición como cooperadores necesarios en la causa contra el franquismo que abrió en su Juzgado.   Todo se habla como si fuera nuevo. Parece que los males de Garzón y su acumulación de procesamientos fueran consecuencia de una valiente actitud contra las injusticias de un pasado cuyas cuentas pretende saldar, víctima así de la confabulación del fascio redivivo. Como si el retrato de Garzón como el anti-juez se forjara sólo tras incoar el sumario que acarrea la primera de sus tres imputaciones.   Incomprensiblemente nadie recuerda que antes de la actualidad procesal de Garzón como imputado, hace ya muchos años, D. Baltasar fue un Juez que se hizo político, y que tras negársele el Ministerio de Justicia que reclamaba para controlarla, volvió al Juzgado para ejecutar su venganza usando datos que previamente le constaban que incriminaban en gravísimos delitos a la cúpula del partido en el cuya lista se integró, y que guardó deliberadamente en el cajón de su negociado a expensas del resultado de satisfacción de sus ambiciones personales.   Por aquellos años, D. Baltasar fue coartada e instrumento en el Tribunal Supremo del empresario más poderoso de España para acusar al abogado D. Antonio García-Trevijano, a los fiscales D. Ignacio Gordillo y Dña. María Dolores Márquez de Prado, y a sus compañeros de estrado y puñetas D. Joaquín Navarro y D. Javier Gómez de Liaño de conspirar para meter a Polanco en la cárcel. La broma le costó a éste último la expulsión de la carrera judicial por el mismo delito que ahora triplemente se imputa a Garzón, sin que nadie moviera una ceja. De nada le sirvió a D. Javier que en el año 2.008 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos reconociera la parcialidad de su enjuiciamiento y la injusticia de su condena.   El pollo ha engordado tanto que la rama que le aguantaba se ha roto. Una arrogancia judicial sin límite que jugó con el fuego de la política creando corrientes de interés en las que nadó según la coyuntura, pero que también sembró rencores imborrables con muy buena “memoria histórica”, aún reciente.

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