El triunfo de Baco, Velazquez Universalidad española Los antiguos no concebían que las obras de arte pudieran amalgamarse o reconciliarse, al estar destinadas a una lucha sin cuartel reclamando la idea total de la belleza para sí mismas, y por tanto, sin poder reconocer su condición parcial o la posibilidad de que lo bello se repartiese en múltiples obras. Esos panteones del clasicismo que constituyen los grandes museos del mundo no dejan de ser ficciones útiles de la cultura neutralizada propia de las sociedades de consumo masivo.   Debemos algunas de las mejores colecciones depositadas en los museos a esa rapacidad militar de la que Napoleón fue un consumado artífice. Así, en la galería española del Louvre pudieron exponerse, entre 1838 y 1848, centenares de obras maestras. La importancia de Velázquez, Goya, El Greco, Zurbarán y Murillo fue reconocida en la capital universal del siglo XIX. Manet (cuya Ejecución de Maximiliano remeda los fusilamientos goyescos del 3 de mayo) proclama que “Velázquez es el pintor más grande que jamás ha existido” y Delacroix, Ingres, Courbet, Degas y Millet, entre otros, admiten la decisiva influencia que tiene en sus trayectorias la manera española de pintar.   Tras la consagración internacional del Museo del Prado, pintores europeos y americanos (Sargent, Whistler) viajan en peregrinación artística a España para reclinarse ante unas obras que no se sacian de contemplar. Velázquez y Goya, que son canonizados como modelos que superan a los maestros renacentistas, pasan a ser instalados con todos los honores en el panteón de la modernidad.   Pero al margen de rivalidades, rupturas y evoluciones artísticas, los grandes creadores siempre dan la impresión de haber acabado sus obras ahora mismo. Piero della Francesca transfunde a sus personajes una vida imperecedera; el filósofo de Rembrandt no cesa de reflexionar en la penumbra acerca de la misma intrincada cuestión; y los borrachos de Velázquez siguen embriagándonos desde la eternidad. El arte impone su presencia en el devenir continuo y realiza, sin esfuerzo aparente, la reconciliación de lo singular y lo universal.

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