Gotas en tela de araña (foto: jeffsmallwood) La trampa oligárquica   La creencia de Benjamin Constant en las virtudes del comercio lo llevaba a concebir esperanzas en el advenimiento de una modernidad que habría de “reemplazar necesariamente a la época de la guerra”. Y hasta el mismo Marx admite, en sus bosquejos (“Grundrisse”) de los elementos fundamentales para la crítica de la economía política, la gran influencia civilizadora del capital.   Esta concepción idílica del papel que juega el comercio capitalista en el desarrollo humano ha sido desmentida una y otra vez por la realidad histórica. Aunque el espíritu mercantil haya supuesto indudables beneficios, no ha logrado en absoluto disipar el espíritu de conquista bélica. Al contrario, las naciones económicamente poderosas han recurrido a la fuerza para fomentar y asegurar sus intereses.   El despegue, como superpotencia, del país donde nace el liberalismo y se acuña la fe en la “commercial society” y el industrialismo, va unido al colonialismo imperialista; por cierto, una de las principales fuentes de ingresos para la Corona británica era la que le suministraba la piratería con patente de corso que asaltaba galeones españoles cargados con el oro y la plata de América.   Y ahora, los Estados Unidos, cuyos grandes consorcios capitanean la globalización económica, disponen de un presupuesto militar que representa casi la mitad de los gastos armamentísticos del planeta, siendo, además, el país cuya industria más ganancias obtiene con la exportación de pertrechos y equipamientos militares.   Sin embargo, en esta selva internacional de egoísmos  y  avaricias,  ha irrumpido  Zapatero   deslizándose de una liana a otra y dando alaridos contra los especuladores. Con este defensor de los oprimidos, renace la esperanza en todo el mundo: “seré firme, muy firme, con la regulación del sistema financiero y los paraísos fiscales”. Así pues, Zapatero no piensa doblegarse ante el mercado, pero sí mostrará la adecuada flexibilidad con los empresarios (los sindicatos verticales de la partidocracia sólo forman parte del atrezzo) para acordar una reforma laboral.   Esa palabrería suena a “racionalización” -o razón instrumental: una forma de bastardear la razón-, que es como el sistema denomina a todo lo que favorece sus intereses particulares, aunque ello suponga el sacrificio de grandes sectores de la población: liberalización de los despidos en masa, desmontaje de la legislación social, y endurecimiento de la lucha por la vida.   Una concepción económica que sólo tiene en cuenta los intereses del capital desregulado y las leyes invisibles del mercado nos puede parecer inhumana, irresponsable, y condenada, de antemano, al más estrepitoso fracaso, pero, al respecto, no existe el peligro de “no hablar de las causas de la crisis para que las cosas sigan igual”, o como remacha Zapatero, con desparpajo ideológico, de caer en “la trampa de la derecha” (a la que por otro lado, pide colaboración para superar las dificultades).   El verdadero problema no reside en satisfacer el afán de lucro de la Banca y del “big business”, sino en la necesaria complicidad de la oligarquía política. La gran trampa para la sociedad civil sigue estando en su carencia de representantes políticos y de gobernantes elegidos y controlados democráticamente.

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