Silence (foto: thonk25) Monólogos En España, al mismo tiempo que abunda la extroversión y la locuacidad escasea la capacidad para el diálogo. La conversación habitual consiste en recitar varios monólogos en lugar de trazar verdaderos intercambios de ideas: de ahí que guste mucho más apoderarse del uso de la palabra que escuchar al compañero de charla. Además, si se inicia el diálogo cargado de razón o del convencimiento de que ya se sabe todo (hoy en día resulta inconcebible que se confiese saber, únicamente, no saber nada) no se tiene, entonces, la menor necesidad de aprender algo de un interlocutor a quien se degrada a objeto pasivo de un discurso avasallador. Esta impudicia intelectual explicaría la tendencia a considerar ofensivo cualquier conato de contradicción. En el yermo de los diálogos de sordos no es posible el enriquecimiento cultural que supondría cierta reciprocidad comunicativa.   Antes de dejarlos expresarse, Pitágoras exigía a sus discípulos que aprendieran a escuchar permaneciendo en silencio durante cinco años. ¿Acaso se puede hablar con propiedad si no estamos atentos a lo que nos dicen? Además, los torrentes verbales no suelen estar encauzados por esa forma de “diálogo reflexivo en la soledad” (Hannah Arendt) o de autocomunicación que es el pensamiento.   Las relaciones de los ciudadanos de la polis estaban regidas por la obtención del consentimiento ajeno, mediante la “persuasión”: una forma de hablar, según Aristóteles, opuesta a la filosófica del diálogo, referido al conocimiento y a la búsqueda de la verdad   en   un  proceso   que   exige   hechos demostrables o argumentos irrefutables, más allá de la seductora capacidad de convencer por la palabra que distingue a las opiniones políticas.   En el reino del “como si fuese democrático” y de la opinión manufacturada, es decir, sin el rigor conceptual necesario, no es posible dialogar sobre las causas que producen los efectos más indeseables de la política: corrupción, incompetencia, engaño, etc. Hace unos años, el rey, que en cuestiones de sabiduría no va más allá del refranero, dijo que hablando se entiende la gente, pero, en realidad, con personajes como Carod-Rovira, cuanto más hablamos menos nos entendemos. Ahora, don Juan Carlos, insiste en la necesidad de un “amplio entendimiento” para salir del pantano de la crisis. Pero para la razón del Estado de Partidos, no se precisa diálogo alguno: basta que sigan consensuando salvaguardar “sus” intereses a través de sucesivos monólogos despóticos. Y agotado el de Zapatero, se avecina el de Rajoy.

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