Escuela de Atenas, Rafael Sabiduría Se inició como habilidad, pasó a ser oficio, y se hizo virtud para terminar siendo conocimiento de las primeras causas. Nunca fue ciencia aplicada, saber de saberes ni experiencia de sabios. Una fatalidad la condena a sucumbir en inoperancia o frustración. Cuanto mayor número de sabios por generación, y ninguna ha tenido tantos como la nuestra, menor probabilidad de sabiduría del mundo y del sentido de la vida. Fruto del conocimiento de lo fundamental y de la experiencia de la historia, la sabiduría sería el grado superior del saber para la vida. Un tipo de saber tan genérico y auténtico, entre tantos saberes especializados, que ni se aprende ni se enseña. Todo lo más y a duras penas, a la sabiduría se llega. Pero el siglo XX conspiró (con gobiernos de opinión insensata, filosofías ideológicas de locos, guerras armadas por sabios, propaganda sistemática de mentiras oficiales y explotaciones capitalistas de la miseria) para que nadie responsable de sí mismo, y no digamos del destino de otros seres humanos, pudiera llegar a ella. Lejos de aquellos modos de vida acomodada a los ritmos de la naturaleza, donde la vejez era fuente única de sabiduría, hoy no cabe levantar torres estoicas ni crear jardines epicúreos que la alberguen o cultiven. No participar en la acción de la libertad colectiva para apartar de los gobiernos a los prototipos de partidos estatales -responsables de guerras, crisis económicas, hambrunas y permanente degradación de lo humano-, no es signo de prudencia justificable en la impotencia o el escepticismo. Es traición a la causa de la humanidad. No sería coincidencia del azar que, recién acabada la primera guerra mundial, Keyserling fundara en Darmstadt (1920) una Escuela de la Sabiduría, para suplir la decadente tradición de la Escuela de Atenas (que incluso amparaba la irracionalidad de las filosofías de la vida que dieron hálito al fascismo) con la fusión de la ciencia occidental y el saber oriental. Pero los tiempos de entreguerras no estaban para esas aventuras del pensamiento, sino para aniquilarlas con la idolatría totalitaria de la acción directa, de la que es heredera la actual ignorancia de libertad y democracia. La sabiduría de la vida moderna funda el saber en la identidad de verdad y libertad política; el querer, en la dignidad del amor a lo amable; el poder, en la preservación de la libertad colectiva. Las otras son sabidurías de hipótesis.

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