Ulises y Calipso, Beckmann Pureza de amor El amor instintivo, atracción a primera vista, fascinación que al instante y al unísono transforma cuerpo y alma de enamorados, no tiene arte, no procede del arte y sucumbe ante la sospecha de arte. Compuesto de artificio y habilidad, el arte de amar es incompatible con el amor natural y espontáneo. No es amor lo que pone su procura en la busca de ocasiones y objetos sexuales para poseer, como tampoco si la pone en la cuidada diligencia de sujetos amantes. Donde hay arte de amar objetos de deseo, como en el de Ovidio, o deberes de amante, como en el de Fromm, no tiene cabida el amor recíproco enajenado del mundo. El enamoramiento de mujer y hombre, único del que me permito hablar, es radicalmente original. No se confunde con los demás sentimientos amorosos. Un texto tan celebrado como el de Saint Exupery (“yo que, como todos, experimento la necesidad de ser reconocido, me siento puro en ti y voy hacia ti, tengo necesidad de ir allí donde soy puro”), a pesar de su equivocidad, no se refiere al amor, sino a la amistad. Palabras que no son apropiadas al amor absolutista, ni serían dichas por el amor exclusivo de enamorados que no sienten estar necesitados de ser reconocidos en la necesidad de ser correspondidos. El amante correspondido no se siente puro, como dice el poeta, en la pureza del otro, ni va a él para sentirse puro. Entre los tipos de pureza en los sentimientos morales, ninguno iguala o supera la del amor en sí del enamorado, que no es amor de si mismo ni para si mismo, que no quiere poseer sino ser poseído, que desea dar más que recibir, que expande su egoísmo transformándolo en oceánico altruismo. El amor puro, por la pureza del objeto amado, no es pureza de amor, pero inspira y alimenta esos sublimes amores que se vierten en vocaciones de entrega abnegada a la caridad, la ciencia, el arte, la docencia y la libertad política. Si en el amor de enamorado hay pureza de amor, pero no pureza del amor, es por su inmanencia correspondida en otra inmanencia, por sentimiento con pureza de amor sin la pureza del amor trascendente o vocacional. No hay amantes de vocación. El amor genuino, tan íntimo y pudoroso como personal y consuntivo, no cristaliza. Si parece inefable, o incluso incomunicable, no es tanto por defecto de vocabulario erótico o de acción novedosa, como por exceso de pasión no posesiva. Se sabe hablar de lo que se posee, no de lo que te posee. El amor que se preocupa de su duración ha comenzado a marchitarse, a temerse, a postergarse en aras del afecto común que se cristaliza.

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