Hace tiempo que el neolenguaje, del que con tanto acierto habló Orwell (que fue quien ideó el término) en 1984, ha usurpado el espacio que debería ocupar el espíritu crítico en el imaginario colectivo. Por neolenguaje (o neolengua) debe entenderse el resultado léxico (e incluso sintáctico) de la pretensión oligárquica del control de las mentes, sucediendo que realidades degradadas o degradantes son nombradas de forma que la impresión ocasionada en los receptores apenas despierte sus emociones. En la sociedad posmoderna, desierto moral por el que vagamos faltos de pasiones, las estructuras de poder, cada vez más verticales, se sostienen en parte sobre la base del amodorramiento ciudadano: así, cuanto más se relativicen las emociones individuales (reforzándose la cultura de lo "light"), más se extenderá la apatía colectiva, principio de la servidumbre moral y la sumisión política. Y para lograrlo, qué mejor método que una progresiva destrucción del elemento semántico del lenguaje, verdadero resorte de la emoción en este campo.   Como todos aquí sabemos, un término lingüístico se compone de significado y significante. El efecto que un significante puede ocasionar en nuestras mentes depende básicamente de la experiencia: el mejor ejemplo lo supone el nombre de una mujer amada, que podríamos repetir en soledad como una oración profana. Pero es el significado el componente realmente emotivo de todo término, componente que, por lo general, se asocia a una imagen, una acción, un suceso. Así, no causa en el receptor la misma impresión la palabra "tullido" que "discapacitado". En el primer caso, la imagen (aun indefinida) es casi gráfica. Aceptada, pues, esta evidencia, comprenderemos el enorme poder disuasorio que el lenguaje puede llegar a adquirir en manos de los oligarcas.   Para ocultar sistemáticamente la creciente degradación moral que el capitalismo de Estado origina en una sociedad a la deriva, a la casta política le urge promocionar (y, en consecuencia, acabar imponiendo) un lenguaje saturado de términos cuyo significante sea para el significado algo así como el velo con el que ocultan las mujeres su rostro en los países islámicos; es decir, que el componente emocional idiomático quede reducido a las cenizas de la nada relativista. Por eso se le llama "interrupción voluntaria del embarazo" al "aborto no natural" y "daños colaterales" a las "masacres de civiles en operaciones bélicas". Firme la voluntad política, son también firmes en su empeño las cotorras pesebristas (entendámonos: los periodistas), que se encargan de inculcarle a la gente todos y cada uno de los nuevos términos, siendo todos y cada uno de ellos el ejemplo más significativo, o la huella (para quienes nos estudien en el futuro) de un mundo de esclavos felices a los que se sometió castrándoles su yo, o lo que es lo mismo, la facultad de pensar por sí mismos. Primero, mueren las pasiones. Después, el pensamiento.

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