La calamitosa situación económica del oligopolio editorial pone de obsceno relieve la conchabanza en la que se fundamenta este régimen de la corrupción, al que algunos siguen llamando, con piadosa estupidez, Monarquía parlamentaria. Los potentados de la prensa orgánica reclaman un trato de favor similar al concedido a los banqueros en apuros, puesto que en mayor medida que éstos, aquéllos han contribuido al sostenimiento de la real oligarquía de partidos, contaminando el ambiente social de mentiras constituyentes.   Serán rescatados con subvenciones encubiertas o a través de potentes canales financieros que inyecten tinta nueva a estos gigantescos calamares. La ingeniería mediática de almas serviles ha de seguir poniendo a salvo los privilegios de los oligarcas. Eso es lo que importa, y no la acentuada pérdida de credibilidad que para la prensa escrita supone la exhibición de parcialidad y la desaparición de profesionales independientes. Lo que merezca ser verdad noticiosa, aunque no sea objetiva, se decide en los despachos de los rasputines (Cebríán y Roures, Jota y Losantos) que se disputan el mayor grado de influencia posible sobre Zapatero y Rajoy.   Los periodistas del poder que ocupan las columnas de la prensa y menudean en las tertulias radiofónicas y televisivas, sumidos en la prostitución intelectual, ni siquiera alcanzan la mediocridad: como los diputados cebrados, están muy por debajo de ella. Pero su incapacidad para defender con algún asomo de brillantez la mentira, no ha minado el prestigio de ésta. La oleada de relativismo, cinismo y oportunismo que la posmodernidad trajo consigo sigue encharcando los pulmones de una verdad asfixiada.   No importa si es verdad lo que decimos, sino que “funcione” como tal, aunque sea una colosal mentira. El “tontiastuto” (hay que agradecer a Sánchez Ferlosio tal adjetivo) González acertó a condensar la fórmula de la sinvergonzonería partidocrática: da igual el color del gato mientras cace ratones. El fraude de las armas de destrucción masiva con el que se justificó la guerra de Irak es una de las razones que explican la necesidad de cambio en una sociedad estadounidense harta de Bush. Aquí, su cuate Aznar, sigue dando lecciones de geopolítica.   Felipe González (foto: aeu1961)

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