Rajoy y Feijoo en campaña (foto: Partido Popular) En la “fiesta democrática” que acaba de transcurrir con total “normalidad”, y en la que vascos y gallegos han vuelto a dar un notable ejemplo de “madurez” y “participación ciudadana”, los electores han ido a depositar su “confianza” en la opción que han estimado oportuna. Confianza que, a su vez, será sesudamente administrada por los partidos políticos con representación en las cámaras. Nadie lo ha explicado mejor que el Presidente del Gobierno español: “El Partido Socialista decidirá su política de pactos una vez que se conozca el resultado electoral”. Lo cual no significa otra cosa más que el Partido Socialista, y por supuesto, todos los demás partidos, han reclamado la confianza previa de los electores para acudir bien pertrechados de munición al proceso de oscuras transacciones en el consenso que se avecina. No se trata de limitar las opciones de antemano, pues eso exigiría un compromiso firme ante los votantes con los principios defendidos en la campaña electoral: estos principios son ya bastante elásticos como para preparar el terreno del consenso que se avecina.   Tal grado de transparencia sería radicalmente incompatible con el “normal funcionamiento de las instituciones democráticas” por el cual, según el presidente, hay que esperar a conocer la composición de la cámara para que los electores sepan como los partidos van a administrar la confianza otorgada. Sería, sin embargo, mucho más preciso, que donde dijo “instituciones democráticas” hubiera dicho “parlamentarismo partitocrático”: sólo en un régimen en el cual los diputados electos eligen al Poder Ejecutivo siguiendo las instrucciones cursadas por los jefes de filas cabe este atropello por el cual los partidos se arrogan y usurpan a la ciudadanía la facultad de elegir y deponer gobiernos de forma directa, como exige la más elemental separación de poderes.   Y si a ello se añade el hecho de que tal decisión no la toman los parlamentarios sino sus jefes en reuniones a puerta cerrada, no queda más remedio que remitirse a la agudeza del Carl Schmitt de la Teoría de la Constitución: “Tan pronto como se produce el convencimiento de que en el marco de la actividad parlamentaria lo que se desenvuelve a la luz del día es sólo una formalidad vacía y las decisiones recaen a espaldas de lo público (…) el Parlamento ha dejado de ser representativo de la unidad política del pueblo”. Y donde no hay representación, sino tan solo “confianza”, no hay democracia.

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