Francisco Franco (foto: La Ignorancia Mata) La creciente complejidad de nuestro tejido social y las causas por las que puede rasgarse devendrán en una situación crítica ante la que responderemos o bien con la madurez de una respuesta racional y acorde con las circunstancias (a saber, organizando el poder para que no sea abusado por nadie), o bien con la inmadurez acostumbrada, escondida tras el disfraz de alguna supuesta innovación.   Los disfraces poseen una ventaja tremenda: aportan la tranquilidad de pensar que a pesar de todo las cosas pueden quedarse como estaban. ¿No ha sido así desde hace tanto, en España ya generaciones? Pues no, no es así. La historia experimenta saltos cualitativos, y más tarde o más temprano nos llegará la hora.   Por eso la tarea del MCRC es impagable. Pues sin la madurez y responsabilidad de quien se ha preparado para el salto somos como el niño que resuelve conflictos sólo con la imaginación. Es el único arma que posee; no tiene todavía la habilidad de resolverlo completamente en la acción. Vuelven, pues, sobre sí mismos para encontrar un cierto equilibrio entre el reto externo y el contento interno. Y si allí no lo encuentran, los sueños nocturnos, gracias a su increíble plasticidad imaginativa, harán la labor correspondiente. Allí hallarán el pastel de chocolate que desearon durante el día y se les negó.   En este estadio debemos buscar el tipo de respuestas que una generación (la mía), nacida alrededor de la muerte de Franco, la que debería haberse rebelado contra la mendacidad reinante, ha aportado al mundo. En el mejor de los casos, un retiro al desarrollo de las pasiones personales; en el peor, una huída despavorida en forma de diversión infinita. Y entre medias, fenómenos tan variados como una vuelta al campo políticamente desimplicada, la religiosidad sincrética new age, y toda una suerte de constelaciones sociales más próximas al medioevo que a una sociedad moderna.   Pero en todos ellos hace falta tener imaginación, y nada más, para pretender que sólo ella y su aislacionismo congénito pondrá coto al denigrante jardín de infancia político que padecemos. Todos se conforman a un papel inactivo en el teatro de la ciudadanía responsable, aunque aquí y allí lleguen olores de lo que ésta supone dados los obvios jirones de nuestro tejido.

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