Con los descubrimientos científicos, el terreno que va ganando la medicina, las conquistas técnicas, y las marcas de la especie que bordean y superan los deportistas, renace un optimismo con el que imaginamos y hasta vislumbramos un campo ilimitado de posibilidades materiales. Los engaños, negligencias y corrupciones de las oligarquías, el paro, el terrorismo, y siempre nuevas guerras, extienden la sospecha de que semejantes fenómenos son inevitables y por tanto, irresolubles.   El propósito de una Italia unificada exigía una nueva entidad política que alejase de su esfera la influencia de una Iglesia corrupta; Maquiavelo la llamó lo stato, una expresión hasta entonces desconocida. Pues bien, del moderno Estado-nación se han formulado concepciones pesimistas y optimistas. Entre las primeras, los rebeldes de la independencia norteamericana consideraron la forma liberal del Estado mínimo la menos mala para la autonomía de la sociedad civil; después de ser introducida en Europa, entre otros, por Benjamin Constant y Jeremias Bentham, los anarquistas y comunistas llevaron hasta sus últimas consecuencias esa desesperanzada idea del poder, con un Estado que sería transitorio hasta su utópica supresión.   Maquiavelo (foto: Manuelito) El desarrollo de la concepción optimista dicta que el poder estatal debe conseguir la felicidad de los gobernados, que es la base sobre la que se apoyan todas las formas del Estado interventor, las Repúblicas que no son de este mundo (Platón, Moro) y las que pretenden gobernarlo por entero. Lo fracasos ideológicos y la irracionalidad e inmoralidad de lo establecido no pueden expulsar de lo real la virtualidad racional de la acción política desplegada en la democracia, cuyo control del poder nos impide caer en el pesimismo; aquélla tampoco inflará el optimismo de los ciudadanos prometiéndoles la felicidad en este mundo, pero garantizará su libertad para que se la procuren ellos a su modo.   Cuando se organiza la mentira y la opresión desde el Estado, tal como vienen haciendo los oligarcas españoles en los últimos treinta años, la veracidad puede convertirse en un factor político de primer orden y la libertad en la fuente de la que manan todas las cosas grandes y bellas.

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