Amanecer para el pescador (foto: cuellar) Elipsis, acción y poder La elipsis es un recurso literario tan formidable que los escritores podrían clasificarse según su tendencia a utilizarla o evitarla. La moda actual impone despreciar todo lo que no haya sido expresado en un mensaje unívoco e inmediatamente asimilable, contundente. La sencillez formal parece dotar de honesta sabiduría incluso a las más superficiales vulgaridades. Las causas de este amaneramiento cultural son numerosas, pero destacan: el prestigio del lenguaje científico; el constante laconismo espectacular de la propaganda -expresión de la desconfianza entre congéneres que a su vez confían en quienes los gobiernan- y la publicidad – expresión de la confianza en la idiocia del consumidor-; y la constatación de que tras el silencio o la metáfora demasiadas veces se esconden la cobardía y la banalidad. En cualquier caso, nadie pone en duda el hecho de que el escritor dice tanto con lo que escribe como con lo que omite.   Porque la elipsis, claro está, es omisión de palabra en un contexto; puede decirse que se trata de una omisión expresiva. Bien, pues en Política ocurre algo parecido. La acción original de la sociedad no puede trasladarse, aunque resulte tentador, al Estado; siempre le pertenece a ella. Pero, cuando se trata de organización jerárquica, la omisión contextual de la acción juega un papel determinante. Es absolutamente imposible determinarlo todo, encauzar toda la energía societaria. La elipsis política guarda en sí la autoorganización, la evolución de los sistemas ideados y la existencia de lo no regulado. Mientras es típico de la República que una escueta y clara verbalización a la vez que una gran elipsis, constantemente reveladora de la acción libre, expresen la constitución del Estado (omisión previa que se ve compensada en una necesariamente meticulosa acción de gobierno), en otros regímenes (Imperios y Monarquías), el Estado ha asimilado el potencial creador de la sociedad civil convirtiéndose en un monstruo de Frankenstein burocrático, archirregulado y exigente de un gobierno escueto y brutal en sus acciones e inmensamente elíptico en su eficacia real. Esta última situación, como para sorpresa de muchos se descubrió que ocurría en la Alemania nazi, es la propia de nuestra España. Y la Constitución es su fruto sagrado. Felicidades.

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