Barack Obama (foto: Barack Obama) Los rostros de los políticos no suelen estar iluminados por esa poderosa majestad que otorga la costumbre de pensar, sino por la “tontiastucia” (de Felipe González por ejemplo) que da el hábito de mandar conforme al principio de autoridad sin más. Los profesionales del poder, como tienen pocas cosas sustanciales que decir y su pensamiento no les ofrece resistencia, tienen la costumbre de hablar con prontitud, facilidad o fluidez, en lugar de hacerlo juiciosamente o con precisión. Por eso sorprende que, entre la mediocridad de los representantes políticos de los estadounidenses y el idiotismo que los ha presidido, irrumpa un orador tan inteligente como el destinado a convertirse, si los vergonzantes prejuicios no lo impiden a última hora, en el cuadragésimo cuarto presidente de EEUU.   La libertad de los griegos no era simplemente la libertad de poder actuar juntos en la ciudad, ni solamente libertad de filosofar o pensar: tenía un sentido más general, que se manifestaba en la fundación de las ciudades y en los modos de vida, que abarcaba los viajes y las aventuras, la creación y la alteración de formas artísticas.   Para Montesquieu resultaba evidente que un sujeto no podía ser llamado libre mientras careciese de la capacidad de hacer lo que quiere, de llevar a cabo las acciones libremente emprendidas. En suma, los hombres, por haber recibido el doble don de la libertad y de la acción, son capaces de configurar una realidad propia. En los asuntos comunes si imperase siempre la actitud conservadora que acepta el mundo tal cual es y sólo se esfuerza en mantener el statu quo, estaríamos muy cerca de la destrucción porque todas las cosas del mundo quedan irrevocablemente destinadas a la ruina del tiempo, si no intervenimos en ellas y cambiamos su curso.   La novedad del discurso de Obama, lo que ha concitado tanta esperanza en aquella sociedad civil norteamericana, se puede resumir en que los ciudadanos advierten que el hombre al que van a llevar a la cúspide del poder ejecutivo, no les arrebatará la oportunidad de emprender algo nuevo, de iniciar la tarea de renovar un mundo común, de elegir la esperanza en lugar del miedo, y de creer profundamente en que “las personas que aman a su país pueden cambiarlo”.

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