Una de las cosas que más me han sorprendido en el reciente proceso electoral canadiense es que las papeletas que deben cumplimentarse para votar con los nombres de todos los candidatos que se presentan en el distrito carecen de asignación visible a un partido. Esta aparente simpleza se me antoja síntoma de una higiene democrática encomiable, pues significa que todos los votantes deben saber por lo menos el nombre del candidato, y con él de todos los demás para no confundirlos entre sí. Aquél que se precipite a votar una simple ideología y no a la persona concreta tendrá que volver sobre sus pasos para enterarse de qué candidato pertenece a qué partido exactamente, si es que pertenece a alguno.   La diferencia con el sistema español es tan abismal que merece la pena recalcarse. Para empezar nosotros votamos simplemente ideologías administradas por agrupaciones homogéneas y obedientes al líder. Aun en el caso de poder votar en listas abiertas, la cuestión de la afiliación partidista sigue primando sobre la representatividad de la persona concreta que hemos elegido. En un sistema representativo se exige más del votante por el mero hecho de que éste se ve obligado a conocer a los candidatos de su distrito, que naturalmente proponen un puñado de ideas, pero que ante todo se presentan como responsables directos.   Papeleta electoral canadiense (2006) (foto: djking) En Canadá no faltan movimientos que abogan por un cambio hacia el sistema proporcional europeo, argumentando que éste es más justo. La medida de esta supuesta justicia se basa en el número de votos total del país. Pero sus defensores pierden de vista que el sistema proporcional requiere por principio una homogeneización ideológica que no representa a nada ni a nadie; mientras que el sistema mayoritario preserva (en el legislativo) la representación directa, y, en una República Constitucional, haría de las elecciones presidenciales ese momento en que cada voto cuenta igual.   Dejando aparte la cuestión de los partidos amamantados por el Estado (o al revés), resulta evidente que facilitamos la inercia y la falta de responsabilidad política cuando solamente se requiere introducir una papeleta con la adscripción a un partido tan poco definido como dogmático y vendido a los intereses del momento. A ello debe oponerse un sistema de elección personalizado y accesible, que nos anime a permanecer informados.

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