Presos en el ferrocarril. Siberia 1895 (William Henry Jackson) Bajas y triquiñuelas El tren avanza entre las casas abrasadas por la venganza del Ejército Rojo; aquellas aldeas habían colaborado con los blancos. Zhivago y su familia contemplan horrorizados el paisaje desolado y roto, cuando ven aparecer a una mujer que corre hacia el vagón con un niño en brazos. La aldeana pide a gritos que la ayuden, que la saquen de allí. Cuando estaba a punto de tocar las manos de Omar Shariff, la actriz que interpretaba la escena cayó entre las ruedas y sufrió terribles mutilaciones. Se llevaron a la accidentada y un profundo silencio invadió al equipo: ¡Preparados para rodar! Era la voz de David Lean. Todo iba a continuar, debía ser así. El gran director incluyó en el montaje parte de la secuencia del accidente.   Cuando el personaje de la mujer que intenta escapar es aupado hasta el vagón, Tonya, la mujer de Zhivago, comprueba que el niño está muerto. La campesina disculpa su indiferencia diciendo que el bebé no era suyo y, en todo caso, estará mejor allá donde haya ido. El escalofrío de que pueda haber utilizado el cadáver de la criatura para conseguir lo que quería, se cierne sobre el espectador.   Nada más escuchar que el Parlamento vasco aprobaría consensuadísimamente la legislación necesaria para la realización de la consulta independentista, y asistir a los comentarios que la noticia ha desatado, llegaron estas escenas. Algo en la parodia nacionalista parece ser terriblemente cruento sin que esto deba importar; algo parece no encajar si un anhelo que no se puede realizar por autofágico se expone una y otra vez fútilmente y, a la vez, si quienes lo combaten alientan sus causas.   Con suerte todo esto terminará quemado, achicharrado por el frío, y algún tren llevará a todos los que se encuentran sometidos a un lugar mejor.

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