En una conversación directa, y conociendo a tu interlocutor, es posible adivinar un engaño observando su actitud, si éste esquiva tu mirada, duda sin motivo aparente, se muestra nervioso sin razón y demás muletillas de esta guisa. Claro que hay engaños, una vez conseguidos, difíciles de mantener, porque la coherencia interna de la situación exige nuevos embustes que lo hagan continuar pareciendo pertinente. Suele ser entonces alguno de éstos últimos el que termina por descubrirse, poniendo al descubierto una auténtica serie causal de mentiras que nos remontan a la falsedad original. Titulaba elmundo.es, el pasado sábado por la mañana, que “El PP aprueba en la ponencia de Estatutos un modelo de primarias similar al de EEUU”. En el periódico de papel se hace idéntica referencia en el texto de la portada, bajo el título a cuatro columnas de la noticia, encabezando en la página 12: “El PP aprueba un sistema de primarias similar al americano para elegir a su líder”, también a cuatro columnas. Por si fuera necesario situar los antecedentes, el citado periódico ha desarrollado una activa campaña, curiosamente no antes de la derrota del 9-M del partido que apoyó, a favor de que los militantes del PP puedan elegir democráticamente a su candidato a Presidente del Gobierno, olvidando el detalle de que en España no hay elecciones presidenciales. Ninguna comparación es inocente. Ni, si no existe mesura en lo relacionado, intelectualmente honesta: que si solo fuera por tener trompa, un elefante se equipararía a una mariposa. Las primarias de EEUU son unas elecciones a las que cualquier ciudadano se puede apuntar. Se trata de abrir los partidos a la gente, a la vez que limitar el poder de las élites de estas organizaciones, o al menos posibilitarlo al exterior, a la hora de nombrar el candidato del partido a la Presidencia de la República. Digamos que la cuestión de la “potestad de decidir” al respecto es el meollo del asunto. Tomar como parangón el caso norteamericano para referirse a unas primarias circunscritas exclusivamente a la militancia de un partido, sirviéndose de la similitud burocrática de los delegados, cuando en España no serían necesarios para nada por tratarse de un estado no federal y muchísimo más pequeño, es una canallesca tomadura de pelo; que, entre tantas y tan continuadas, pasará desapercibida para la pública intelectualidad de esta Monarquía, cuando no sea patrocinada por ella. He aquí la mentira que ahora nos toca digerir.   Semejante timo resulta mucho más indecente cuando, contrariamente a lo que sucede en EEUU, cosa que se ignora deliberadamente, el dinero de los españoles se destina obligatoriamente, por mandato pre- constitucional, a financiar a los partidos políticos con la misma energía con la que se esquiva nuestra posibilidad de elegir a alguien. Y no solamente en el caso de las primarias, sino en la esencial doble decisión de quién nos gobernará y quién habrá de representarnos.

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