El Sr. Zapatero (Foto: Guillaumepaumier) En varias ocasiones, el Sr. Zapatero mintió públicamente a los españoles durante su pasado mandato. Se trata de un hecho demostrado y reconocido. Tanto, como que semejante conducta no le ha perjudicado en las últimas votaciones del 9-M, hasta el punto de evitar su reciente auto-investidura. Más aún, el PSOE mejoró sus últimos resultados. Con razón puede creer el inquilino monclovita que engañar le es beneficioso. Pero la mentira es éticamente mala y personalmente destructiva. Otra cosa es que pueda resultar momentáneamente útil a quien la dice. Sin embargo, nada aporta cuando no perjudica a los que la padecen. Pero una vez revelada, arruina la confianza en el embustero. Que semejante conducta de Zapatero no le haya invalidado para renovar la jefatura del Gobierno, demuestra que el procedimiento de selección para el cargo no puede depender de la confianza mayoritaria de los gobernados. Quienes descubrieron y denunciaron la mentira de ZP percibieron, lúcidamente, que la única manera de que pagara por ello era convertir las pasadas “elecciones legislativas” en una suerte de “presidenciales”. Pero la falsedad ajena no invalida la propia. Y la lógica partidista en la que se integran estas voces, cuya hipocresía no es capaz de introducir en la opinión pública la necesidad de una reforma constitucional que permita la elección democrática del Presidente del Gobierno, hizo intuir que aquello no era más que una nueva muestra del oportunismo dominante en esta Monarquía de embustes compartidos. La mentira personal se diluye, así, en la falsedad institucional.   A diferencia de los individuos, las organizaciones no mienten.  Por ello, en los actos de éstas se hace necesario, entre otras cosas, atribuir la portavocía y las responsabilidades, entre sus miembros, a una jerarquía. Dejando a un lado la psicología social y los casos patológicos, escoger entre listas de partido no es en absoluto una forma de exigir responsabilidades,  con lo cual, los engaños personales, aunque lo sean del mismísimo número uno, no son decisivos en la dinámica del Régimen. Solamente en un sistema  basado en instituciones donde prime la separación de poderes, con responsabilidades personalizadas y electoralmente dependientes de la voluntad de la mayoría de los gobernados, no habrá lugar para la utilidad de la mentira pública.

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