La alegría de la Navidad ha llevado al hispanista de moda a decir que “la élite cosmopolita” es “la que lee o que escribe” en el periódico que dijo que la Gran Guerra se desencadenó por el asesinato de Sissi.

Un periódico que dice eso es un periódico global que toca varios palillos al mismo tiempo: la Gran Guerra de Sissi, la bomba atómica de Franco y la Santa Transición de Cebrián, cuyo primer tomo de memorias ha estallado entre las yemas de los dedos del peruano Julio Ortega, aunque hubiera merecido las uñas de su paisano Alberto Guillén, cuya linterna de Diógenes hizo reír a Azaña “a pesar mío”.

No hay que tenerle miedo a quien tiene más de una nacionalidad (?) –concluye el tal Ortega su crítica cortesana–. Hoy, en teoría jurídica (?), se postula que en el futuro cercano todos tendremos más de dos nacionalidades.

Es decir, la española y la catalana, que es en lo que trabajan por encargo nuestros Tanques de Pensamiento.

Tocqueville observó que los autores de Memorias nunca muestran sus malas acciones o inclinaciones más que cuando las han considerado como proezas:

Así es como el cardenal de Reta, para presumir de buen conspirador, nos confiesa su proyecto de asesinato de Richelieu.

En la Santa Transición de la “élite cosmopolita” el único asesinato es el del idioma español: Oriol y Villaescusa no fueron secuestrados: fueron… “aprehendidos”. Es más: aquello, se dice, fue un montaje, aunque de ministro estaba Martín Villa, luego presidente (casi vitalicio) de la empresa del memorialista.

Lo mejor, las alusiones (políticas) al mítico “Pigmalión”, el cótel-bar (“Founded 1971”) de Mariano y Teo adonde acudían los peces gordos de la situación (incluido algún general en uniforme) a luchar por la democracia como locos.

Los conversos y los revolucionarios tienen mala memoria y peor índole –escribe Santayana–. Para justificar su apostasía difaman su pasado y necesitan conseguir que esta “detractación” se imponga a su alrededor.

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