Durante el Imperio Romano se mantuvo siempre la costumbre de dar carnaza al pueblo, de tenerlo entretenido con los juegos circenses, donde se sacaban felinos hambrientos, famélicos, a los que se les daba esclavos para solaz de una población que se refocilaba en la degradación y el salvajismo. Además, el emperador les otorgaba la gracia de condenar o salvar al gladiador tendido en la arena, con la punta de la espada, el gladio (por eso se les denominaba gladiadores), del contrario puesta en su cuello, presta para ejecutar a su colega de armas si los pulgares de los espectadores apuntaban fatalmente hacia el suelo.

Cuando el poder no está controlado por otro poder equivalente, como es el caso del sistema político español, donde los jefes de los partidos son los dictadores estatales, éstos saben que es necesario que la población disfrute de abundantes vías de escape con el objeto de que no puedan reflexionar sobre su triste situación de esclavos políticos. La televisión cumple así un papel esencial. Los gladiadores de esta corrupta época son los deportistas, de manera especial los futbolistas. Ya no se matan entre ellos, como en Roma, ahora solo persiguen un balón de cuero y lo van empujando con los pies de un lado a otro. Los movimientos rectos o curvilíneos de ese balón provocan rugidos de placer o decepción en los espectadores.

La arena del circo actual son los platós de las diferentes cadenas de televisión, donde se reúne un grupo de algo así como personas, siempre las mismas, que nos cuentan los pormenores de su vida, a quién traicionaron, por qué lo hicieron, cómo, dónde, a qué hora, en qué lugar, con quién se enfadaron un determinado día de su vida, trascendentalísimo dato, por otra parte, para la marcha de un país; qué dijo el uno y qué le respondió aquel otro. Todo ello siempre aderezado de alaridos y otros estridentes sonidos, con un lenguaje bajuno y rastrero que solo destila odio y que parece que encanta a la audiencia.

En el nuevo circo ni siquiera hay emoción. Solo existe el aburrimiento, el mal gusto, la chabacanería y una pésima educación de la que presumen, ufanos, todos ellos. Creo que incluso hay un programa donde los participantes deambulan desnudos por una isla, pero no estoy seguro y espero equivocarme.

El número de circo favorito en la arena española es ese en el cual un grupo de instruidos muchachos pasan amenamente el tiempo en el interior de una casa. Supongo que los debates que se produzcan ahí alcanzarán un nivel sublime, es de lógica pura. No alcanzo a vislumbrar lo interesante del asunto. Pero nadie se ha parado a pensar en el título del mismo: Gran Hermano. Los que manipulan las conciencias de la sociedad ya ni siquiera ocultan lo que pretenden. La expresión “Gran Hermano” la inventó el gran Eric Arthur Blair, más conocido por George Orwell, en su libro 1984, donde un poder omnímodo e incontestable controlaba todo y a todos, vigilaba la vida entera de cada individuo, y la mayoría lo aceptaba como algo normal y bueno. Todos estos programas no son para la diversión de la masa. Constituyen, por el contrario, un auténtico experimento del que las oligarquías mundiales están sacando jugosas conclusiones. Ya conocen que pueden hacer con nosotros lo que deseen. No vamos a reaccionar jamás.

Querido señor Blair, acertó usted en todo; pero, visto lo visto, parece que se quedó corto. Su inmortal obra 1984 está siendo superada por una realidad delirante que nos preocupa, de momento, solo a unos pocos.

No creo que tarde mucho en aparecer un programa en el que unos se asesinen a otros, delante de las cámaras, con tal de obtener el premio prometido: dinero, viajes, casas, coches o vaya usted a saber qué otra fruslería. El circo romano se quedará en mera anécdota. De momento, los adolescentes ya graban palizas que dan entre muchos a uno de sus compañeros, grabación que después cuelgan en Internet para poder presumir de su hazaña y alcanzar el moderno prestigio social.

Mientras las conciencias permanezcan sedadas, como lo están ahora, seremos testigos de las mayores aberraciones que pueda concebir el ser humano. El antídoto es sencillo, solo debemos pensar un poco y, después, decir basta.

En la antigua Roma era imprescindible también repartir pan para que el público disfrutara del espectáculo con el estómago lleno. En España, el pan empieza a escasear. Cuando no haya veremos si este circo es suficiente para seguir sedando a la población.

Aunque, pensándolo mejor, lo tendrán todo planeado; de la nada empezará una nueva moda, la de la delgadez extrema, obtenida solo a través del ayuno prolongado, que traerá aparejadas ventajas mil para la salud de los ayunantes forzosos. Tendremos incluso que darles las gracias, pues siempre saben ellos lo que más nos conviene.

Mientras nos dejemos dirigir y aceptemos sin rechistar modas y usos sociales que son artificiales, que no son otra cosa sino experimentos de laboratorio para el control social, seremos esclavos. Con mucha tecnología: ordenadores rápidos y fiables, con capacidad de guardar los datos de cada persona. Móviles a través de los cuales compraremos y entraremos a cualquier lugar, coches que quizá vuelen pronto, casas eléctricas, y todos los adelantos técnicos que queramos. Pero moralmente inválidos y siervos de un poder que irá transformando todo para que la libertad continúe desterrada de nuestras vidas.

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