Teresa González Cortés

TERESA GONZÁLEZ CORTÉS.

Durante su concierto en la ciudad de Tel-Aviv, celebrado el 31 de mayo de 2012, Madonna dio un giro espectacular al trasladar el ritmo de su música al campo de la política. Y, en el instante de cantar Nadie me conoce (Nobody knows me), para sorpresa del público proyectó un vídeo que asociaba a la hija de Jean-Marie Le Pen con la imagen de Hitler. Y en línea con su sempiterna osadía colocó el signo de la esvástica sobre la frente de Marine Le Pen, abogada y presidenta de la coalición ultranacionalista Frente Nacional (FN).

El exabrupto de Madonna no era certero. Pero, eso sí, presentaba sin máscaras ni ambigüedades cómo en el teatro de la política abundan los incestos. Desde luego, se equivocó de guión aunque, claro, esta artista norteamericana no tiene que saber que el 21 Presidente de Francia, François Mitterrand, inició su carrera política trabajando para el régimen filonazi de Vichy; que el fundador de Amnistía Internacional, Sean McBride, había recibido en recompensa a su militancia el premio ‘Lenin’; que el famoso secretario general del Partido Comunista Francés (PCF), hablamos de Georges Marchais, permaneció de modo voluntario entre los años 1942 y 1943 en la Alemania de Hitler como trabajador de una fábrica armamento.

Estos y otros ejemplos no los analizó Madonna bajo su foco escrutador. El propio Mitterrand, antes de que desempolvasen su pasado y siendo todavía presidente de la República, le confesó a su biógrafo, el periodista Pierre Péan, su apoyo al gobierno colaboracionista de Pétain. De otro lado, la ideología radical de Sean McBride logró disolverse con la aureola del Premio Nobel de la Paz que adornaba su currículum al final de sus días. Y el affaire del militante y político Marchais, caso que obtuvo repercusión mediática en todas las cabeceras europeas, fue estratégicamente silenciado por el periódico El País, pues J. L. Cebrián -lo cuenta Jean-François Revel en su libro sobre El conocimiento inútil– no quiso publicar la noticia que había destapado L’Express sobre el citado Marchais, ¿quizá, me pregunto, porque él, Cebrián, se constituía en esas horas delfín de la progresía, pese a que había sido no hacía mucho tiempo enfant de la estirpe franquista?

Fuera y dentro de nuestras fronteras, no olvides, Madonna, que hay cientos de sucesos similares a los arriba aludidos. Al político racista Heribert Barrera, miembro de las Juventudes de Esquerra Republicana de Cataluña y primer presidente del Parlamento catalán con la instauración de la democracia en España, se le adscribe el intento de impulsar en Vichy la toma de contacto con los nazis para conseguir su apoyo en el proyecto de crear un estado catalán. Por otra parte, y casi por las mismas fechas, los nacionalistas vascos adoptaban la moda de la cruz gamada, como denunciaba Miguel de Unamuno en la Svástica, artículo publicado en el diario El Sol el 30 de junio del año 1932.

Regreso al pasado

En 1976 el Partido Comunista Marxista Leninista (PC m-l) y el Frente Revolucionario Antifascista Patriota (FRAP) impulsaban la Convención Republicana de los Pueblos de España. Casi 40 años después de este evento, los restos de esa izquierda antediluviana reaparecen a través de Izquierda Unida, que vuelve a incidir en el derecho a decidir de los “pueblos”. Quizás haya que recordarles que Friedrich Engels, el amigo íntimo de Karl Marx, escribió contra los nacionalismos, en concreto contra el nacionalismo escocés, porque a su juicio la idea de nacionalidad anulaba la conciencia de clase.

Fijémonos, exempli gratia, en la carta autonómica de Andalucía. En ella se llora la figura de Blas Infante al tiempo que, por cosas de la nostalgia, es implantada una bandera identitaria con los colores de los antiguos habitantes de la España musulmana, omeyas y almohades. ¿Y en el País Vasco? En esta autonomía gobernada durante décadas por el Partido Nacionalista Vasco se estudiaba y enaltece a Sabino Arana (1865-1903), un ultraconservador que destilaba odio contra los no vascos y cuyo evangelio profundamente xenófobo y antidemocrático ha sido asimilado hasta la médula por la organización marxista de ETA y sus adláteres.

En otros territorios, como Cataluña, el nacionalismo postfranquista ha instaurado un mar de fábulas y ficciones que remiten a épocas muy anteriores al estado de derecho. Acordémonos de cuando, siendo vicepresidente del Gobierno catalán, el Sr. Carod-Rovira  afirmó que el Estatuto daría a Cataluña “la misma libertad que tenía antes de 1714”, mientras que el actual presidente de la Generalidad catalana no solo acaba de exigir un ejército de defensa nacional, sino que habla de poner rumbo a Ítaca para resguardar –léase resucitar- las esencias catalanas.

Envolverse en el relato nacionalista

En estos momentos, querida Madonna, y dado el auge de los nacionalismos -hasta la propia Texas quiere emanciparse, tú ya lo sabes-, resulta que ovillarse en un relato nacionalista  es un modo de vivir “heroicidades virtuales”, como advierte el filósofo Félix de Azúa. ¿Y por qué buscar lo virtual antes que lo real? Porque el nacionalismo, lo explica el escritor Jesús G. Maestro, “es la forma más contemporánea y común de irracionalismo, y su finalidad es ante todo oligarca y económica. Es la forma posmoderna del feudalismo contemporáneo. Solo la irracionalidad colectiva puede explicar su éxito político, sin duda anclado en propósitos económicos y en gremiales oligarquías financieras”.

twitter @Tegecortes

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