Paco Corraliza

PACO CORRALIZA.

Para no perder el infecto hilo recurrente que la iluminada Revolución Francesa ovilló, en confuso y «confusionario» ovillo, con su grandilocuente Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano (artículo IV; agosto-1.789; Preámbulo de la vigente Constitución francesa), recurrimos a reiterar su falsa definición: “La libertad consiste en poder hacer todo lo que no perturbe a otro. Así, el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no tiene otros límites que aquellos que aseguren a los demás miembros de la sociedad el ejercicio de esos mismos derechos; esos límites no pueden determinarse más que por la ley”. Un “derecho sagrado” que, junto con los restantes, se establecen “en presencia y bajo el auspicio del Ser Supremo” (Razón). La Declaración se efectúa con el fin de que “esté siempre presente en todos los miembros del cuerpo social”.

Los tres infranqueables muros de Poder y «psiquista fuego egocéntrico» que, estableciendo un «cerco o cierre categórico», impiden a la mayúscula Libertad acceder a una Comunidad Política que se rija por esa clase «individualizante» de libertad minúscula, son los siguientes:

1.- Esa libertad clausura a la persona en el YO. La persona es adulada desde el Poder y convertida en giratorio centro de sí misma, como mirándose a un frío y seductor espejo de mentira. Así, esa libertad resulta atractiva y resultona, sin que las personas se percaten de que, mientras las adula, las encapsula en sí mismas, las atomiza y cosifica; las deforma transformándolas en cosas; de sujetos personales pasan a ser objetos político-legales; objetos del Poder y su alegal gobierno. Esa ociosa libertad aparente, convierte a las personas, sin saberlo, en egocéntricos centros de esparcimiento y ocio para sí mismos y en objetos de experimento y negocio para el Poder; en objetos de experimento para la Sociología del Poder; en objetos de negocio para la Economía del Mercado. En definitiva: en súbditos del Estado-Dinero, en presas de un justiciero Poder, en víctimas del Poder Financiero.

Ese proceso revolucionario francés, explicado como «racionalización individualizante» seguida de una «totalización socializante» hasta conformar el «sólido» y «soberano» “cuerpo social” (un proceso de clara raíz «psíquico-racionalista» y oscuro tamiz cientifista) ha sido muy bien descrito por el profesor Gustavo Bueno(1), quien, en su particular vocabulario filosófico-materialista (típicamente «psiquista»), lo llama “holización”. Al proceso de división o análisis lo llama “regressus” (regreso) y a la integración o síntesis lo llama “progressus” (progreso). La persona no es ya un todo-parte formal, perfecto y digno en sí, mientras, simultáneamente, conforma una Comunidad Política (de todas-partes personales) sino una extraña partícula material (elemental) que, por decirlo así, «infecta» indignamente el digno todo que, con supuesta anterioridad, conforma el “cuerpo social”: se ha convertido en un indistinguible y sospechoso individuo social. Las personas (cada persona) devienen, así, seres materialmente equivalentes (de igual valencia –con valor cero o nulo- ante el Poder) e intercambiables formalmente (como monedas de igual valor en el Mercado). Son simples e inertes individuos o átomos sociales para el Estado-Poder y para el Mercado-Economía: intercambiable mercancía; manipulable mercadería; fetiche del Estado-Dinero.

2.- Como consecuencia de lo anterior, esas incoherentes «partículas sociales» quedan aisladas e inconexas entre sí, y, sin posibilidad de actuar en común (sin Libertad), se convierten en seres repelentes o subversivos entre sí, de modo que, de momento en momento, “sagradas”, sangrantes y poderosas leyes, órdenes y reglamentos, han de interponerse entre ellas, enrejándolas como a fieras. Es, de hecho, un subrepticio y reptil regreso al hombre-lobo de Hobbes; lejos de promover el valiente y coherente Amor (Inter-Esse), la Declaración prevé (e incita) un cobarde e incoherente conflicto de enfrentados, «psiquistas» y materialistas intereses. Para blanquear ese negro regreso, pugnante y repugnante, se invoca y se impone de nuevo el Poder de la ley y el Poder del dinero, aplicando sobre el «cuerpo social» una oscura pintura que, como artificial ligante físico-quimico, acabó por llamarse fríamente «cohesión social». Un ligante a lomos de la succión de públicos impuestos y absorción de libertad seguidas de la aspersión de reglamentación y de mercenaria donación asistencial. ¿Dónde toman asiento esta graciosa donación y aquellos magnánimos impuestos? Pues, ¿dónde va a ser?, en un generoso Banco y en su bancaria deuda. Y aquí tenemos de nuevo al vampírico Estado-Dinero, cuyo hematófaga voracidad aumenta con el número y la debilidad de los debilitados estado-dinero-dependientes.

3.- Finalmente, como muro corolario de los anteriores más el levantado en artículo anterior: la Libertad, «lecho común» y proceso interpersonal de humana personificación mediante intercambio mutuo de presentes (acción y discurso inter-essantes) entre las personas iguales en dignidad que componen la Comunidad, queda, primero, espiritualmente violentada y recluida en aprensivos corazones supervivientes que no viven en Libertad (y su digno «estar-siendo» en libre Comunidad), sino que se encuentran en animal supervivencia impuesta por el Poder, o sea, en Estado-dependencia (en indigno «estar-haciendo» al servicio del YO y del Estado-Dinero). Y, en segundo lugar, la Libertad es expulsada o expatriada del ámbito político, siendo, como es, la “razón de ser de la política” (Hannah Arendt)(2). Así, la política deviene puro y voluntarista Poder, pura y «nietzschetista» Voluntad de Poder («voluntad política», como se dice una y otra vez, pervirtiendo ambas palabras a la vez). Las partículas personales son recluidas en su particular supervivencia de vida anulada, disfrutando, con ceguera «psiquista», de una supuesta libertad privada: estrictamente extra-política, brutalmente anti-política. No es de extrañar que esa libertad residual se arrojara, con la ficticia y liberticida soberanía, sobre el falaz “cuerpo social” que sobrevivía, como ficticio animal, en la facticia y adulada jaula-nación socio-estatal, para subrepticio ultraje de todo nacido nacional.

Seguiremos conversando, amigo lector, en el siguiente capítulo de este artículo, sobre el Poder monstruoso del Estado-Nación engendrado abortivamente por la Francesa Revolución, con su libertad invertida y su invertido progreso convertido en regreso.

(1) BUENO, Gustavo. “El mito de la Izquierda. Las izquierdas y la derecha”.  Ediciones B, S.A.. 2.003. Págs. 118-151.

(2) AREN,DT, Hannah. “Entre el pasado y el futuro”.  Ediciones Península S.A.. 2.003. Pág. 231 [Edic. original: 1.954].

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