Parece que con la Semana Santa se reavivan asuntos tan importantes como son la fe, el estado de la persona con la religión, con las ideas, la necesidad de comunicar unos sentimientos espirituales, la exaltación en suma de las creencias religiosas, conceptos a debate todos muy distintos entre ellos. En efecto, lo que entendemos como creencias o tradiciones religiosas muchas veces no tienen nada que ver con la práctica o con el ejercicio de la fe, eso no es la fe pues se relaciona directamente con la manisfestación que de rito esta tiene, quedando la fe como un verso suelto sin interés, bailando en tierra de nadie como algo reservado a los místicos porque creen hasta la muerte en lo que a todas luces nadie ve. Las procesiones son el centro de la Semana Santa, de unos días que suceden como recuerdo de una muerte, son días celebrados por un grupo del cristianismo –de algunos claro- y las procesiones en este sentido y bajo la mirada del gentil son un a modo de desfile organizado de personas que van de un lugar a otro constituyendo el eje del aniversario de la celebración de la Pasión de Cristo. Mi mirada es de espectadora de estos temas. Las procesiones en realidad han existido y todavía existen en muchas religiones –sintoístas, hinduístas, islamistas, judaicos y cristianos- siendo las más célebres las paganas aunque si se mira bien apenas tienen que ver con la Semana Santa. Pero la manera de celebrar estos días de recogimiento como procesión segmentaria pertenece casi en exclusiva a España, me refiero claro está a las procesiones, pasos, cánticos tradicionales y ritos que mas parecen pertenecer a otro mundo pero que sin embargo son característicos de nuestra tradición española, es propio de nuestra idiosincrasia pues sabemos que otros países católicos no manifiestan así sus creencias. Digo que parecen otra cosa porque la procesión tradicionalmente no forma parte del patrimonio católico, más al contrario, la tradición de la procesión se remonta a los tiempos bíblicos –con algún ejemplo feliz como fue la vuelta de Josué alrededor de las murallas de Jericó y aquélla en que David danzó delante del Arca podrían ser algunos ejemplos- siendo en su origen una verdadera tradición pagana. En Atenas, se celebraban anualmente cinco grandes procesiones al año. Pero en cualquier caso –a mi entender de observadora aun respetándolas y trasmitiendo la visión de los no creyentes en nada- todas andan lejos de la espiritualidad profunda del místico, perdiendo su relación en este sentido directamente con la espiritualidad íntima del ser humano, con el ejercicio puro de la fe, estando mucho más cerca del rito externo, de la manifestación dramática, vaya. Muchas son las veces en las que Jesucristo ataca de forma despiada el obedecer protocolos y actuar por falsa tradición “teatral”. Precisamente este hecho fue el principio de la escisión entre los primeros cristianos judíos –con sus costumbres y ritos establecidos fanáticamente- y los que no lo eran.

La estela cultural y religiosa de nuestros antepasados españoles emigrados a América ha provocado aún peores y lamentables representaciones, a cual más cruda que intentan conmover la fe del ciudadano, instarle al recogimiento. Yo no he visto ni sentido esto y lo que he visto es todavía –si se me permite- mucho más atroz: hombres que se fustigan y flagelan por las calles, peregrinaciones de sufridores, aterradoras representaciones de la Pasión de Cristo. ¿Es esto la luz de Cristo? Se pregunta cualquiera que “no tiene por qué saber nada” del cristianismo, en este caso, catolicismo. Y es que los católicos por desgracia en esto no tienen ninguna unanimidad, cada uno celebra según su tradición, que Jesucristo estuvo (y probablemente siga estando) en la tierra, y aunque sea apostasía parece que da igual, o aunque sea representación gratuita, inquietante y patética. Esto no se entiende y tanta división provoca finalmente la escisión. Para el cristiano, Jesucristo representa la vida, es un ser viviente, es la luz por encima de las tinieblas y es la acción espiritual frente al agnóstico y al filósofo materialista. La vida por encima de la muerte, inmortalidad del alma pero también del cuerpo, esperanza, libertad, paz…

Sin embargo, podemos considerar este encuentro de fieles como algo que pertenece más a las costumbres y tradiciones que al movimiento espiritual privado del ser humano. Claro. He conocido muchos que transportan imágenes –cofrades y demás- que se emocionan con los tambores y trompetas y escándalo generalizado que se forma con las tales procesiones por aprensión colectiva más que por otra razón. Llegar al paroxismo por unas imágenes no parece que tenga algo que ver con la verdadera fe activa y cotidiana, que cuando se pone a prueba a menudo se tambalea, sin embargo, los españoles tenemos fama de ser muy religiosos, y lo somos, fama tenemos de ser unos místicos, y seguro que lo somos, pero lo seremos siempre lejos de estas manifestaciones de corte teatral o dramático que –insisto- en nada tiene que ver con la vida espiritual privada del ser humano y que por el contrario es lo que traspasa las fronteras. La fe y el ámbito de su acción debería de ser un acto de mayor humildad y recogimiento interior, de mayor misticismo, pero esto es solo un pensamiento, también respeto a aquel que necesita exteriorizar públicamente sus sentimientos, la religión también se exterioriza, solo que no debería olvidarse de ellos, de los sentimientos, si es que los tiene de verdad.

Rosa Amor del Olmo

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