La masiva afluencia de votantes en las pasadas elecciones del 20-D, denota a las claras el entumecimiento mental de gran parte de la población de nuestro país, de gente indignada que a pesar de todo no desea cambiar nada, excepto la rotación de nuevos actores con el mismo guion partidocrático. El ciclo ha vuelto a comenzar hasta la llegada de las próximas elecciones. El eterno retorno que diría Nietzsche, pues tras las elecciones da comienzo el nuevo resurgimiento. Un resurgimiento que se inicia cuatrienalmente con la escena con la que estos días hemos de comer y cenar: el mercadeo de votos para constituir las dos cámaras políticas. Se dan cita así, los pactos antinatura, el consenso forzado y el papel mojado de lo dicho y jurado durante la campaña; es decir, estos días el arte de la mentira política refulge en sus más bellas tonalidades. Con este feo panorama donde el consenso obliga a hacer de la política un oficio de meretrices, no es muy alentador opinar sobre el futuro al que nos dirigen los políticos de esta falsa democracia, en la cual, una vez se deposita el voto en la urna, los peones son subordinados a meros espectadores del guion preestablecido.

Toda esta espectacular maquinaria, de la que se ha dotado a sí misma la estructura institucional política de nuestro país para consagrar la servidumbre voluntaria del pueblo, se asienta sobre tres pivotes muy bien demarcados: el capital (los bancos, multinacionales e instituciones de inversión), los políticos de la ¿democracia? y los medios de comunicación. Son una y la misma fuerza en sus distintas formas de expresión. El dinero, el padre, es el creador de todo movimiento dentro de la partidocracia; el político es su profeta movido por aquel e hijo de la fuerza que lo coloca en el poder visible sobre las masas y los medios de comunicación son el espíritu santo, instrumentos de la manipulación mediática al servicio del mensaje del político que paga sus honorarios. He aquí, españoles, el misterio de la Santa Trinidad en la que se basa esta oligarquía de partidos. Todo un andamiaje que desde la Transición ha robustecido sus nervios centrales, retroalimentándose de la plácida ignorancia de una mayoría de gentes, amén de los continuos ardides políticos con los cuales esta casta sobrevalora su labor política para medrar a la cúspide del Estado, convertido ya en pesebre gratuito para corruptos, cursis bienpensantes, patriotillas y bufones de todo pelaje.

Insertados en tal mediocridad, la sociedad española es incapaz de reaccionar ante la degeneración política que sufre el sistema político que la ¿representa? y gobierna. E incluso esa marea de indignación, que tras el estallido de la crisis económica recorrió todas las ciudades del país, no ha sido acicate suficiente para romper los lazos y conexiones con la estructura partidista que gobernó al país con la fórmula de la corrupción. Si la indignación es un estímulo para la política, según dicen los politólogos, España y los españoles nos podemos vanagloriar de todo lo contrario, votar cada 4 años para que se pueda representar la farsa democrática de la monarquía partidista en un falso afán de creer que votando participamos en la ‘fiesta de la democracia’, tal y como la tildan algunos.  En definitiva, tenemos por delante un sombrío horizonte en el que se atisba un difícil futuro para la mayoría de los españoles de a pie, excepto, voilá, para aquellos adheridos a la santísima trinidad política que rige esotéricamente los designios de esta nación. Sin duda, este misterio lo tendrán que resolver los propios españoles. Espero que sea pronto.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí