ILLY NES.

Como militar también he vivido muchas experiencias interesantes, unas buenas y otras menos buenas, pero de todas aprendí algo. El día del 23-F yo estaba haciendo aviones de aeromodelismo, que por cierto, desde entonces abandoné mi hobby. A raíz del 23 de febrero de 1981 lo tiré todo, maquetas, motores, aviones, todo. No comparto las ideas políticas de Santiago Carrillo pero es una persona que admiro por su integridad aquella noche. Y su visión del 23-F la suscribiría plenamente.

Estaba en casa de mi compañero, el entonces teniente Emilio Belloch, esperando al capitán Ramón Cajal Milagros, también aficionado al aeromodelismo. Pero su mujer se había empeñado en que tenían que ir al Pryca y se había retrasado. Yo vivía en una urbanización de Hoyo de Manzanares, había dejado la residencia y era vecino de Emilio. De modo que llegando a su casa nos quitamos las botas y estábamos preparando todo para trabajar con la marquetería. Así, en mangas de camisa, con el pantalón militar y las zapatillas de deporte, de repente llaman a la puerta. Era el teniente Isidoro Anadón. Estaba de guardia y me sorprendió. “Alerta máxima”, dijo, “ha habido un golpe de Estado”.

— ¿Qué dices?

— Qué ha habido un golpe de Estado.

Vino expresamente en persona a buscarnos. Hay toda una cadena de avisos cuando sucede algo así, todo está previsto. Solía tener una mochila preparada con todo, de modo que me calcé las botas, me abroché la chupa y el cinturón con mi Colt 357 Mágnum.  Tengo que confesar que a mí quien me pone es Clint Eastwood y me había comprado precisamente la Colt 357 Mágnum por sus películas Harry el Sucio, Harry el Fuerte y Harry el Magnífico. Estoy contando cosas muy personales y posiblemente los lectores se descojonen cuando lean esto, pero hoy, aún mayor, me pone. El caso es que cojo el coche, entonces tenía un Renault 14, y desde una esquina me pegan un tiro con una escopeta de caza. Afortunadamente no me dieron.

Llego al cuartel y lo primero que hago como oficial encargado de la Compañía de Seguridad y Vigilancia de la Policía Militar es reforzar todos los puestos de centinelas. Automáticamente se activa el mecanismo de seguridad, se abre el polvorín, se sacan los lanzagranadas, las ametralladoras MG, cajas de granadas, munición, etc. Llega el coronel, llegan los oficiales y el que era teniente coronel del acuartelamiento me dice: “Cuando yo te diga la palabra “café”, -antigua consigna del 18 de julio de 1936 que significa “Camarada Arriba Falange Española”-, detienes al coronel y al capitán José Antonio Carpintero Dacal, los encierras en el despacho del coronel y yo asumo el mando del regimiento”.

El teniente coronel era Emilio Belloch, padre del teniente Emilio Belloch, hombre con el que tenía una gran amistad. Era mi compañero de mus. Yo bajaba todos los domingos a comer a su casa porque él me quería casar con su hija Paloma. Ella y yo éramos cómplices, salíamos a tomar una copa, ella iba por su lado y yo por el mío, y después quedábamos para regresar juntos. Su mujer Elo me lavaba y me cosía la ropa. Y claro, al ser el ojito derecho del teniente coronel jefe de Instrucción y segundo jefe del Regimiento, pues mandaba más que muchos comandantes.

La verdad es que no se sabía nada, todo eran especulaciones en torno al golpe de Estado. Conocíamos lo que cualquier español por televisión. Sin embargo, se presentan dos Land Rover de la policía militar desde Capitanía con un telegrama a mi nombre, ordenándome que bajase con mi compañía al Congreso de los Diputados y me pusiera a las órdenes del comandante Pardo Zancada.

En el telegrama decía hasta el armamento que tenía que llevarme del polvorín, ametralladoras MG, lanzagranadas, munición, minas anticarro… Llegué a la Carrera de San Jerónimo y allí había un follón de puta madre. Estaba el comandante Pardo Zancada, el capitán Álvarez Arenas y el capitán Dusmet. Aparte estaba Aramburu Topete, Arnaga, etc… Y yo con mi fila de Land Rovers.

— Mi comandante, tengo a mi gente sin cenar. ¿Le importa que me vaya al Gobierno Militar que está en Reina Cristina, para que les den de comer? Estaré en tal frecuencia, si me necesita estoy a escasos minutos…

— Bueno pues vete…, me dijo.

Conforme llego al Gobierno Militar los oficinistas que no habían cogido un chopo en su vida, me reciben armados. Les digo: “Yo sólo quiero que nos deis de cenar”. Y hablo con el gobernador militar: “Señor, yo no estoy aquí para tomar el Gobierno Militar, sólo quiero que nos den de cenar”. “Es que me acaba de intentar detener García Carrés”, me dice. Y añade: “creo que como estos no están preparados, mejor monte usted la seguridad del Gobierno Militar”. Y así lo hice. Les di a todos orden de acuartelamiento.

No recuerdo quien me dijo: “Coge el telegrama y ponlo a salvo”.

— ¿Cómo?

— ¡Que cojas el telegrama y lo pongas a salvo! ¡Sácalo de aquí!.

No lo dude, llamé a Eduardo, mi amante, y le di el telegrama y las llaves de mi coche:

—Llévalo a Zaragoza, entrégalo a tal persona y que lo custodie.

A las tres horas estaba arrestado por golpista. Estuve 72 horas.

—Mire, tengo este telegrama, esto es una fotocopia, el original está en sitio seguro fuera de España, pero si no me sueltan saldrá a la luz.

En seis horas estaba libre y sin cargos. ¿Quién estaba detrás? Hay muchas teorías. Que si los dos golpes, que si los tres golpes, que si el elefante blanco, que si se esperaba que llegase. ¿Quién era el elefante blanco? Se especuló sobre el rey, se condenó a Armada, se habló de un general, creo que su nombre era Mendizábal. Pero yo te puedo decir que en esos momentos no piensas. Lo único que pasa es que toda esa programación que te hacen en el Ejército aflora y te sale la vena de salvapatrias, que yo no soy. Yo quería salvar al pueblo español del comunismo, ilegalizar al Partido Comunista. Suárez estaba prácticamente derrotado, iban a entrar los socialistas en el Gobierno. En fin, es un sentimiento muy extraño del que me avergüenzo hoy. Pero bueno, es una experiencia, aquello se pasó.

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