Pedro Sánchez es el rabo seccionado de una lagartija. Se mueve, pero está muerto. Hace unos días le disputaba el puesto al monarca al iniciar por su cuenta una ronda de contactos para formar Gobierno. Hoy ya no es nada. La deslegitimación ha acabado con él.

La descomposición del PSOE es un síntoma más de cómo el Régimen del 78 se hunde bajo el peso enorme de la corrupción que le ha dado vida durante cerca de 40 años. Pero dejaremos esta cuestión de lado. Nos centraremos en el análisis de los hechos y consecuencias de lo acontecido en el seno de la dirección del estatalizado PSOE.

Como Casio arengando a Bruto, Felipe González llamó a las armas a sus huestes desde el micrófono de la SER. En menos de diez horas, las navajas cachicuernas del PSOE chorreaban con la sangre del jefe. Se acabó Pedro Sánchez. Nada importa que éste se tape las heridas por las que se le escapa la vida política. Consummatum est. Da igual que se encierre en el despacho de la Secretaría General, ya no lo ocupa aunque se allí siente. Pedro Sánchez puede estar, pero ya no puede ser. Ha sido deslegitimado y su caída es inevitable.

Sánchez es un cadáver político. Muchos se enredan ahora en discusiones leguleyas sobre lo que puedan decir o dejar de decir los estatutos del partido. Pero la legalidad ha dejado de ser relevante porque la legitimidad sobre la que se sustentaba su cargo ha dejado de existir. Con independencia de que Sánchez tenga o no la potestad del cargo, ha sido desposeído de la legitimidad de su ejercicio: la mitad más uno de su ejecutiva le ha retirado su apoyo.

El entorno de Sánchez dice que la legalidad está de su lado y que se mantiene en el cargo. Puede que hasta recurra a los tribunales. ¿Y qué? Su caída no procede de lo que digan los estatutos del partido, sino de la deslegitimación provocada por la dimisión de la mayoría absoluta de su ejecutiva.

Este escenario es el que persigue la acción política de la abstención activa. Con dos tercios de la población (y probablemente con menos) negándose a cooperar con el régimen en sus votaciones, éste habrá sido desposeído de la legitimidad que hasta ese momento haya disfrutado. En ese momento no importará que la ley esté de su lado, dará igual que se atrincheren en sus escaños o que formen un Gobierno. Será la deslegitimación la que provoque la caída del régimen.

En el momento en el que la abstención activa de la mayoría de los españoles provoque la deslegitimación de los partidos estatalizados, el Régimen del 78 aún estará, pero ya habrá dejado de ser. Y su caída será inevitable.

La relación que existe entre la legalidad y la legitimidad es la misma que opera entre el estar y el ser. Quien disfruta de la legalidad y la legitimidad, está y es. Quien retiene la legalidad tras haber perdido la legitimidad, puede estar, pero ha dejado de ser (este es el caso de Sánchez en el momento de escribir estas líneas). Quienes –en la defensa de la libertad política– no tienen la legalidad pero disfrutan de la legitimidad moral, no están aún, pero son.

@Javier_Torrox

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí