Si atendemos de manera exclusiva al sonido de las lenguas, nos podrán gustar más o menos. Suele agradar el italiano, el francés; también gusta mucho la cadencia del español a los oídos extranjeros.

Fonética aparte, la belleza de un idioma está en cómo se utiliza, en lo que se dice y, sobre todo, en cómo se dice. Nuestro idioma tiene ya muchos siglos a las espaldas. Muchos son los que lo han embellecido. Estando en el año 2016 no puedo dejar de mencionar a nuestro maestro, don Miguel de Cervantes Saavedra. Deberíamos estar, al menos este año, hablando sin cesar de él y de su magna obra, Don Quijote de la Mancha. Pero don Miguel tuvo la mala suerte de nacer en España y de que al cumplirse cuatrocientos años de su muerte, su querido país, por el que luchó y sufrió cautiverio, él, que ha engrandecido el nombre de España como ningún otro, se halle ahora inmerso en las luchas de poder de cuatro mediocres que ni lo habrán leído. Qué decir de San Juan de la Cruz, de Quevedo, de Góngora, de Gracián. Si hablamos de belleza, para mí hay un autor que se impone a todos los demás: Gustavo Adolfo Bécquer. Difícil será que alguna vez se le supere en belleza. Se podrá escribir con más sentimiento, con más ironía, con más ingenio, como Quevedo, pero el señor Bécquer conseguía siempre, cada vez, juntar las mejores palabras en su mejor orden. Se coge cualquier párrafo, al azar, de una de sus leyendas y uno se queda anonadado. Las musas lo amaban.

Una alumna mía, Katia, me contó que un austriaco amigo suyo le preguntó que por qué estudiaba español, ese idioma “tan básico”; que no hacía falta estudiarlo. No me sorprendió. En la España actual, la Españeta de las autonomías, la España gobernada, dirigida y apresada por grupos oligárquicos, está corrompiendo, por todos los medios a su alcance, el español. Le enseñé a Katia el libro Un mundo sumergido, de Manuel García Viñó. Después, leímos unas poesías de Bécquer. Le desterré para siempre la idea de “básico”. Aun así, le tuve que reconocer que el español actual es mucho más feo y simplón. Para mantener la gran mentira de que tenemos democracia, hay que cambiar el sentido de las palabras, hay que destrozar el idioma, hay que corromperlo y que todo sea un batiburrillo de expresiones y frases hechas que no significan nada, facilonas y horteras.

Vamos a poner algunos ejemplos.

Español bello:

“Hay una poesía magnífica y sonora; una poesía hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua que se mueve con una cadenciosa majestad, habla a la imaginación, completa sus cuadros y la conduce a su antojo por un sendero desconocido, seduciéndola con su armonía y su hermosura. Hay otra, natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye; y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía. La primera tiene un valor dado: es la poesía de todo el mundo. La segunda carece de medida absoluta; adquiere las proporciones de la imaginación que impresiona: puede llamarse la poesía de los poetas. La primera es una melodía que nace, se desarrolla, acaba y se desvanece. La segunda es un acorde que se arranca de un arpa, y se quedan las cuerdas vibrando con un zumbido armonioso. Cuando se concluye aquélla, se dobla la hoja con una suave sonrisa de satisfacción. Cuando se acaba ésta, se inclina la frente cargada de pensamientos sin nombre. La una es el fruto divino de la unión del arte y de la fantasía. La otra es la centella inflamada que brota al choque del sentimiento y la pasión. Las poesías de este libro pertenecen al último de los dos géneros, porque son populares, y la poesía popular es la síntesis de la poesía.” Este es Bécquer, en reseña al libro La soledad, de su amigo Augusto Ferrán. No sé qué diría el austriaco ante tamaña joya del pensamiento.

 

Español feo, corrompido, absurdo, ñoño, oligárquico, empobrecido:

“El deporte es bueno para quien lo hace y para quien no”, dijo Mariano Rajoy mientras pedaleaba, pocos años ha.

“Estoy muy a gusto y muy tranquilo porque tenemos un rey bastante republicano”, reconocía Zapatero con aquella prosa elegante que le susurraba Calíope.

Titulares de hoy mismo, en la prensa española. He cogido alguno al azar, sin seleccionar, pues no es necesario:

“El PP presiona al Rey para que no proponga a Rajoy para la investidura” (El País). No sé si es un ejercicio para que los niños aprendan la letra P.

“Berlín supera a Londres como capital de las “start ups” en la UE” (El País). Lee esta frase Cervantes y se corta él mismo la otra mano.

“Sánchez ocultó a los barones la consulta a la militancia” (La Razón). Como no sé ni qué comentar a esto, me consuelo pensando en el soneto magistral que habría escrito don Francisco sobre el particular.

 

No voy a hacerles perder el tiempo con más patochadas. Si los que gobiernan  cacarean tales lindezas y después la prensa, como coral altavoz a su exclusivo servicio, las repite muchas veces al día, hay que darle la razón al austriaco aquel que quiso que mi alumna abandonara el estudio de nuestra lengua.

Todavía se puede escuchar un español correcto, a veces bonito y casi siempre preciso. Hablen con los mayores, con los más ancianos. Notarán la diferencia. Pocos son los que se han dejado corromper en este sentido. Los habrá más o menos cultos, claro, pero eso no importa. Todos ellos llaman a las cosas por su nombre y no es necesario interpretar sus palabras. No lo necesitan o, por fortuna, no han aprendido a hacerlo.

Bella es también la prosa de don Antonio García Trevijano. Sé que él piensa que no es literato, pero conoce muy bien la mejor literatura mundial, y eso no puede dejar de apreciarse cuando se le lee. Escribir como lo hace el señor Trevijano es muy difícil porque halla siempre la palabra justa, la que otorga más precisión a la frase, la que descarta la ambigüedad. Al ser el secretario y servidor de la libertad y la verdad, cada una de sus frases supone un cañonazo resquebrajador contra los gruesos muros de la mentira y la corrupción. No se limiten a escucharlo por la radio. Léanlo. No se arrepentirán. Conozco todos sus libros y por ello puedo afirmar que es necesario más Trevijano y menos Gran Hermano.

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