Jose Morilla

JOSÉ MORILLA CRITZ.

El programa electoral con el que el Partido Democrático Liberal (PDL) de Japón vuelve al poder con la abrumadora mayoría conseguida en las elecciones celebradas el día 16 de Diciembre, no deja lugar a dudas sobre camino que va a tomar la tercera potencia económica mundial para intentar salir de las dificultades económicas que sufre desde 1991: devaluación competitiva,  control monetario, nacionalismo y militarismo.

Fue en Japón donde se inició en 1991, con el estallido de una burbuja especulativa alimentada desde 1985, la era de la gran inestabilidad financiera y de recesión económica que sufre el viejo mundo desarrollado hasta hoy, alternándose las burbujas entre América y Asia primero y recalando después en Europa.

Desde entonces, en el otrora “primer mundo” los economistas y políticos defensores a ultranza de las políticas desreguladoras y de ajuste, han estado empecinados en convencernos en cada uno de los episodios depresivos que se han sucedido, de que no hay otra alternativa para enderezar la situación y reencontrar el camino de la estabilidad y el crecimiento económico, que la deflación y las reformas estructurales. Con la primera pretenden, básicamente, reducir los costes salariales y los gastos en bienestar social y con las segundas aumentar la productividad. Estas medidas en conjunto, serían capaces de hacer de nuevo competitivas a las viejas economías en un escenario de competencia global, que está dominado por la pujanza de las nuevas economías emergentes, principalmente China.

En Europa, ante el fracaso a corto plazo de estas políticas, se ha dado paso a un mensaje político de aguante y resignación, bajo el supuesto de que todo este sacrificio reportará sus réditos en el largo plazo. Pero he aquí que en Japón, donde el largo plazo ya se ha cumplido, sólo han conseguido una renovada contracción económica en torno al 4%, un descenso de la inversión del 3% y un saldo negativo de su balanza comercial de la otrora potencia exportadora, y lo que es peor, que los empresarios industriales muestren un pesimismo creciente sobre las perspectivas de una economía que no logra salir del túnel deflacionario.

El partido ahora ganador  tardó en reconocer la crisis y en los años  comprendidos entre 1993 y 2010  gestionó la recesión que siguió, con una combinación de herramientas de la ortodoxia  económica que estamos viendo  ahora en Europa  y estímulos fiscales,  agudizando progresivamente el primer componente, sin ningún resultado positivo. Poco de novedoso trajeron los tres años de gobierno del Partido Democrático de Japón (PDJ)  y la economía japonesa ha seguido instalada en la deflación, consecuencia de una baja demanda interior y un creciente empeoramiento de su comercio exterior, hasta llegar al punto de que la otrora potencia exportadora registre ya déficit incluso en su balanza por cuenta corriente.  Esto  refleja que en el actual contexto de globalización una nación por sí sola, por muy fuerte que haya sido económicamente, no puede pensar en recuperar la senda del crecimiento económico, en un espacio de tiempo soportable por su población, con medidas ortodoxas de ajuste y de reformas estructurales.

Japón se ha desengañado pues de tales políticas y el PDL vuelve escarmentado, prometiendo restituir Japón a su tradicional senda de potencia industrial y exportadora, convirtiéndose si es preciso en un país desestabilizador del orden económico y político internacional. Ese es el sentido de las medidas que el próximo  gobierno se dispone a poner en marcha.

El propósito de llevar a cabo una devaluación del yen es “exportar su crisis a los demás” y para hacerla efectiva y disponer de todos los resortes necesarios de la política monetaria, Shinzo Abe ha declarado que está dispuesto a someter a la autoridad del gobierno al banco central, heterodoxia que no se escuchaba en los países de la OCDE desde su constitución. Para contentar al pueblo irritado por años de deterioro de sus expectativas, ha decidido sacar a relucir el mantra del nacionalismo del “nosotros primero” y para defenderse de lo que todo esto le pueda reportar, ha prometido cambiar la constitución para transformar sus exiguas “fuerzas de atodefensa” en un nuevo y poderoso ejército, no sólo por lo que sabe traerá el intento de recuperar su posición económica en el extremo oriente frente al nuevo gigante chino, sino como un ágil instrumento de gasto público expansivo. Todos estos ingredientes juntos no auguran nada tranquilizador.

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