Impidieron que la libertad llegase a España. Nos mienten de forma miserable cuando aseguran que este régimen de partidos estatales es democracia. Nos abrasan a impuestos para que la oligarquía no sufra mengua alguna en su maná diario. Destruyen nuestra industria por orden de Europa, para debilitar a España, perder empleos y tener que importar productos alemanes y franceses. El partido socialista nos mete en la OTAN tras proclamar que “OTAN, en principio, no”. Pero al final fue sí (quizá por principios también). Entramos en una moneda única para la que no estábamos preparados ni teníamos una economía lo suficientemente fuerte, moneda creada para controlar y esclavizar mejor Europa entera y entrar en un nuevo feudalismo. Etcétera, etcétera.

Además de todas estas desgracias, han dejado el idioma español casi irreconocible. A través de diarios, revistas, programas de televisión, literatura de bajísima calidad (así decidido a propósito por las editoriales), películas y series con guiones paupérrimos, el español es ahora, con frecuencia, un idioma extraño, impreciso, ambiguo, lleno de anacolutos, simplezas y expresiones políticamente correctas que suelen provenir de malas traducciones del inglés.

Ya no se dicen las cosas con cariño, con amor, con rabia o con odio; muchos las dicen desde el cariño, desde el amor, etc. Se trasladan a un lugar llamado Cariño y nos dicen algo desde ahí. Si el trueque de una preposición por otra se hiciera siempre, seguiría estando fatal, pero tendría, al menos, su lógica. Pero no. No siempre sustituyen “con” por “desde”. No preguntan, todos estos neohablantes, si queremos el café desde o sin azúcar. No escucho, al que te dice algo desde el respeto, que te pregunte después: “¿Desde quién vas al cine? ¿Vas a ir desde tu hermano?” No dicen nada de esto, pero dan ganas de contestar: “Voy desde mi madre”. Se quedarían extrañados, ¿verdad? Entonces, dinamitadores de nuestro idioma, ¿por qué siguen ustedes usando “desde” en lugar de “con”?

Cuando llamen desde algún lugar, ¿usarán “con”? “Paco, te llamo con Filipinas”. Y Paco debería contestar: “Pues diles que se pongan al teléfono todas, que las quiero saludar”.

He notado que la forma impersonal del verbo haber, que siempre ha de ir en singular, se está usando masivamente en plural. “Han habido siete heridos en el accidente”. “Van a haber dos mil personas en el concierto”. Pero jamás utilizan “han” si la frase está en presente. “Hay siete heridos en el accidente”, dirán siempre, pero no: “han siete heridos en el accidente”, que sería lo normal -según su lógica- por haber siete. Lo trágico es que a veces lo usan bien y a veces mal, sin explicarnos el porqué.

El lenguaje periodístico, además, se ha llenado de coletillas y de lugares comunes que hacen pesada y aburrida su lectura. Todas las agendas son apretadas; cada acto es solemne; si quieren decir que dos personas han hablado un determinado tiempo, será siempre “largo y tendido”; ya no son las personas las que están o no tranquilas, sino el tono de su voz: “dijo Fulano, con tono tranquilo”. Las ideas, a menudo, se trasladan, aunque ignoro desde dónde hasta dónde. Cuando quieren informar de que una determinada persona estuvo en un segundo plano, siempre añadirán el adjetivo “discreto”, que es innecesario, pues “segundo plano” ya nos informa de tal discreción.

Hay una expresión que no deja de maravillarme: “manejar los tiempos”. Se suele usar aplicándola a políticos españoles. “¡Qué bien maneja los tiempos Rajoy!”. ¿Cómo se maneja un tiempo? Habrá que ser, quizá, Eolo, para manejar los vientos (Noto, Bóreas, Céfiro, Euro…); o ser alguna especie de genial relojero suizo que maneja a la perfección todas las complicaciones que tiene un reloj artesano. Señor Rajoy, excelso manejante temporal, ¡manéjeme un poco de sol y envíemelo a Moscú!

Se ha desterrado la preposición “de” cuando es necesaria y se utiliza cuando no lo es. Ejemplos:

“Les informo que mañana no habrá clase”. Se informa de algo, no se informa algo.

“Me acuerdo que dijiste que vendrías”. Nos acordamos de algo. Acordarse algo no existe. Acordar algo sí, es ponerse de acuerdo en algún asunto.

“Dice de que no le apetece hablar bien”. Sin comentarios.

Y para qué hablar de los anglicismos. Cuando alguna persona habla sobre sus aficiones, es necesario haber hecho antes un cursillo intensivo para entender el idiota-cursi, el idioma de moda.

  • Voy al gym -pronuncian [yín]- a hacer un poco de spinning (pedalear), body combat (suena a combate mortal de necesidad; combate del cuerpo y no de la mente…), cycling life (¿tanto cuesta decir que suda un rato en una bicicleta estática?) vivastrength (no les preocupa que haya cuatro consonantes juntas), bodymat (dar jaque mate con el cuerpo, como si lo viera), stretching y, al final, después de la dúching reparadóring un poco de doing the tónting of cooling.
  • ¿Dónde está el gimnasio, criatura? ¿En Londres?
  • Está cerca.
  • Y ¿por qué esta frase no la dices en inglés?
  • ¿Cómo?
  • Sí, ya que has empezado a hablar en inglés, continúa, por favor, pero no me hables en ambos idiomas.
  • Eres cool, tío, ¡cómo vacilas a la people!
  • No, si además el payaso seré yo, por buscar la coherencia.

 

La coherencia ha desaparecido de España. Pero la imbecilidad se ha instalado y no sé si habrá fuerza humana que pueda desterrarla.

Por cierto, las encuestas más importantes del país, las que indagan en la intención de voto, ya no se manipulan – para influir en el votante- por parte de las empresas encuestadoras. Ahora se cocinan. Me dan ganas de irme a la cocina y manipular una tortilla de patata e interpretarme un vaso de agua.

¡No cocinéis más el idioma de Cervantes, delincuentes! Lo estáis friendo en una salsa socialdemócrata convirtiéndolo en un politicorrectés ilógico, incoherente, estéticamente horroroso, papanatas, ambivalente, cursi e imbécil.

Desde Rusia os informo – a todos los destructores del español- de que me tenéis hasta los ovalados (feliz expresión de mi amigo Manuel García Viñó) con vuestra jerigonza inmunda e ininteligible. Os lo digo, sí, CON hartazgo.

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