En YouTube puede encontrarse vídeos con la advertencia “español latino”, por hispanoamericano, o “español castellano”, para indicar que se trata del español peninsular. Ambas denominaciones me parecen detestables, por imprecisas y por racistas.

Hace unos días quería poner a mis alumnos uno de esos vídeos y algunos dijeron que no lo querían ver en “español latino”. Aquello me sulfuró, y les dije que ese acento que desprecian y que les resulta irrisorio, será el del español que se enseñará en el futuro en el mundo (De hecho, México, con sus 50 millones de habitantes, se afirma como modelo de tal español). Luego pensé que podría haberles dicho que es también el acento de muchos héroes que han luchado y luchan cotidianamente contra la tiranía y el crimen organizado (como ahora en Cuba, Venezuela, y otros países hermanos), y viven situaciones en las que mucha gente de aquí se cagaría literalmente de miedo. Pero aquello era ya a toro pasado, como el esprit d’escalier francés.

Por un lado, puede afirmarse que la denominación “español latino” proviene de la rechazable para mí (aunque la recoja la RAE) “Latinoamérica”, término racista con la que los norteamericanos se quieren diferenciar de todos los hispanoamericanos e iberoamericanos, y que le hace pensar a uno en cuatro tipejos “fumaos” cantando “reguetón”. Es, por otra parte, un término que goza de gran predicamento en la España actual, donde lo hispano resulta un anatema frente a la tiranía del sometimiento políticamente correcto a la oligarquía política nacional-estatalista periférica.

Es ese sometimiento el que está en el origen, por otro lado, del monstruoso término “español castellano”. El castellano, como le digo a mis alumnos, es la lengua que se hablaba en la vieja Castilla, y el español es la lengua que se habla en todas partes. A nadie se le ocurre, por ejemplo, llamar hoy en día toscano al italiano porque hubiera nacido en esa región. En España, empero, es esa tiranía la que obliga en todas partes a hablar de “castellano”, a no usar los topónimos “La Coruña”, “Lérida”, “Vizcaya”, “País Vasco” o “Vascongadas”, y a que los alumnos aprendan “lengua castellana”, como si lo hicieran con los textos del Arcipreste de Hita.

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