Érase una vez, en un instituto de enseñanza secundaria que constaba de cinco aulas de unos treinta alumnos cada una, un lunes por la mañana, la dirección del centro anunció el número de plazas del Consejo Escolar que correspondían al alumnado. Según el reglamento del centro, debía formar parte del consejo un alumno por cada treinta. El director visitó las aulas y preguntó quiénes querían pertenecer al consejo. Como hubo más de dieciocho estudiantes interesados, el centro dio una semana a los alumnos para que se pusieran de acuerdo en los nombres.

De inmediato, las clases se reunieron, con la presencia de un profesor, y decidieron, tras un largo debate, que la elección se llevaría a cabo democráticamente. En cada una de las clases se presentaron varias candidaturas. Se fijó la fecha de la votación para el viernes de esa misma semana. Dos personas se encargarían de preparar una urna por aula para la celebración de los comicios. Los candidatos disponían de una hora al día para exponer sus propuestas ante sus compañeros. Muchos fueron los discursos y las ideas, comentadas con 3total libertad. Estaba en juego la participación en las decisiones que adoptara el gobierno del centro.

Tan en serio se habían tomado los alumnos la responsabilidad que implicaba la elección de sus representantes, que incluso los medios de prensa local fijaron su atención en el asunto. En toda la ciudad se hablaba del gran ejemplo que estaban dando los alumnos de dicho instituto. La noticia llegó a los oídos de la Consejería de Educación, que de inmediato envió a un técnico para que inspeccionara lo que allí estaba sucediendo. La inspección apercibió al director y le exigió que tomara cartas en el asunto. “No podemos permitir que se siente un precedente y esta forma de elección responsable, uninominal y representativa quede grabada en la memoria de los estudiantes. ¡Qué dirán cuando cumplan dieciocho años y los partidos les inviten a votar las listas! ¡Es muy peligroso lo que está usted consintiendo en su instituto! Mañana mismo le remitiremos por escrito las instrucciones de la inspección de educación con su correspondiente sanción. ¿Quién es usted para permitir este libertinaje?

Al día siguiente, llegó un fax al colegio con el siguiente mensaje en sus párrafos: “La inspección de la consejería de educación ordena a la dirección del instituto (..) que organice por el sistema proporcional de listas la elección de los alumnos que formarán parte del Consejo Escolar. Se configurarán tres listas con cinco alumnos cada una para que los estudiantes voten en una única urna a favor de la lista que consideren oportuna. Para evitar la revuelta de los estudiantes, le recomendamos que las listas sean abiertas, ya que así creerán que pueden optar entre las distintas candidaturas, lo que en realidad resulta indiferente. Lo importante es que sea la dirección del centro la que elija a los candidatos de las listas, a ser posible, los más dóciles y fáciles de manejar, en aras del buen funcionamiento del futuro Consejo Escolar. El jefe de estudios, la subdirectora y usted se encargarán de la elaboración de cada una de las listas. De esta manera, alumnos y profesorado se encontrarán integrados en el Consejo, libres de la responsabilidad y de la discrepancia que conlleva la libertad.

“Porque en España no hay ni libertad política ni constitución formal, yo no podré estar en la concentración que Don Antonio García-Trevijano había convocado para el próximo 19 de diciembre a las 12:00 de la mañana en la Plaza de Sant Jaume de Barcelona y que ha sido prohibida por la Junta Electoral Provincial de Barcelona”.

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